El amor de las mascotas
“Los
perros son breves rayos de luz que iluminan nuestra existencia”
Desde que iniciamos nuestra vida matrimonial, una o dos
mascotas han estado en nuestro hogar, primero fue un gato amarillo al que
denominamos “Tigre”, al cual traté de cuidar lo más posible, lo dejé permanecer
dentro de casa y de pronto se me escapaba para buscar otros gatos; pasaba
momentos de angustia al buscarlo, pensando que algo le había pasado y que jamás
volvería con nosotros. Cuando nace nuestro primogénito, el pediatra nos
aconsejó que debía salir del entorno inmediato del bebé para prevenir problemas
de salud.
A partir de ese momento empezamos con la adopción de un
perro, mismo que aprendía desde pequeñito a permanecer en el patio. Muchas
mascotas de distintas razas han pasado por nuestro hogar a lo largo de cuatro
décadas, todos y cada uno han sido amados y cuidados con esmero y
responsabilidad. Y como bien dicen, “la palabra arrasa, pero el ejemplo educa”,
mis cinco hijos han seguido esa tradición de adopción y cuidado de perritos
como mascotas y por consecuencia, nuestros nueve nietos aman profundamente a
los animales, pero a los perros en particular.
Hace tres meses, nuestro hijo mayor nos regaló un
cachorro Husky Siberiano; de pelaje blanco y suave y unos ojos azules como el
cielo; el nuestro recibió el nombre de “Rayito”, y mis nietas, tras un profundo
debate, decidieron nombrar al suyo como “Rocket”. En nuestras visitas cotidianas disfrutamos
del crecimiento de ambos cachorros y de las nuevas travesuras efectuadas, pues
esta raza se distingue por ser extremadamente juguetones y de muy buen apetito.
Nos complacemos al observar las atenciones brindadas a
los cachorros, el cómo se convierten en fuente inagotable de amor y de
infinitas caricias verbales y físicas que son objeto por parte de nuestras
nietas. En momentos, corren con ellos por el patio, brincan, les avientan
objetos para llamar su atención, cuidan su protección y comodidad ante los
embates del clima y especialmente que no les falte agua y alimento. Además,
gustan de narrar las aventuras que emprenden con su cachorro cada día, los
aprendizajes que están adquiriendo, el amor que les profesan no solo es parte
de sus palabras, sino de la emoción que cobra su rostro al contar estas
historias.
Indudablemente la vida se compone de dualidades; grandes
alegrías que se transforman en tristezas en un santiamén. Ayer por la noche
reciben una terrible sorpresa, al regresar a su casa encuentran a “Rocket” sin
vida, su cuerpo yacía inerte, con sus hermosos ojos fijos abiertos, como si
hubiera sido sorprendido por la muerte y le costara acatar su destino. El
llanto desgarrador de mis niñas taladra nuestros oídos y penetra hasta el
corazón; se están enfrentando a un duelo al despedir a ese cachorrito que les
brindó calor, acompañamiento y alegría.
No es fácil hablar sobre esa separación definitiva, no
hay explicaciones racionales que puedan ser comprendidas para aligerar la carga
emocional que en estos momentos les invade. Hay tantos duelos a los que tenemos
que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida, y ellas están pasando por esos
momentos dolorosos, donde se culpan por no haber estado presentes y por
desconocer cuál fue la causa de su partida.
Lo inesperado y repentino de esta muerte, enfatiza en
ellas el miedo e incertidumbre ante lo impredecible del mundo. A lo largo de
nuestra vida, hemos enfrentado este duelo en repetidas ocasiones, pero siempre
nos quedamos desconcertados ante el dolor de los niños; no encontramos las
palabras que mitiguen su dolor. Solo nos
resta, hacerlos sentir que estamos presentes y entendemos sus sentimientos y
emociones que están experimentando.
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