“Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los
otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o
inútiles…y, sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que
nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento
rechazamos.”
Jorge Bucay
Aprendiendo
a vivir
Indudablemente la vida es un constante
aprendizaje. En la medida que vamos avanzando en el tiempo cronológico, la
experiencia adquirida por diversos medios y ámbitos, permite hacer otras
lecturas, interpretaciones e introspecciones de los sucesos y acontecimientos
que han sido compañeros principales o secundarios en el vaivén del viaje
terrenal.
A partir de marzo del 2019, la cotidianidad ha
cambiado abruptamente su ropaje; nuestras estructuras mentales se han ido
adaptando al cambio por medio de la cruel realidad, presentada no solo en los
medios masivos de comunicación, sino en la invasión despiadada y dantesca que
ha llegado a los hogares de familiares, amigos y conocidos. Los hábitos y
costumbres sociales han quedado en un compás de espera; poco a poco, la
conciencia colectiva va aprendiendo que lo que se hace desde lo individual,
tiene un alcance que afecta desde la célula germinal que es la familia, hasta
la comunidad y cual espiral, va aumentando su fuerza y potencialidad en la
medida que se expande, hasta alcanzar el nivel mundial. Prueba fehaciente de
esto, que el epicentro de la pandemia inició en China. La tercera Ley del
físico Newton dice: “A toda acción hay una reacción”, por lo que la
sensibilización, consejos y advertencias precautorias están al orden del día.
Las personas adultas llevamos una vez más la
consigna de ser emisores de estas banderas de precaución, no solo por ser los
más afectados debido al deterioro propio de la edad y el decaimiento de la
fortaleza de nuestro sistema inmune; sino porque al ser portadores de
experiencias de vida, los años han agregado sabiduría, paciencia y detenimiento
al pensar y actuar. El cambio nunca ha
sido fácil, la historia nos muestra que se va presentando paulatinamente hasta
que logra acomodarse a nuestros esquemas de pensamiento y de vida; sin embargo,
la contingencia actual, nos llevó a tomar medidas extremas propiciando cambios
inmediatos en todo lo anteriormente conocido.
Estas disrupciones han sido plataforma de duelos,
entendiéndose este concepto como la pérdida de algo o alguien que nos
proporcionaba bienestar y felicidad.
Las fases que presentan los duelos ante las
pérdidas son: primeramente la negación,
el creer que si negamos algo, esto desaparecerá por arte de magia; la ira, que conlleva el buscar
culpables, verter el enojo en otros; la
negociación, que generalmente se lleva a cabo con el Ser supremo, de
acuerdo a las creencias y fe que cada uno profesamos; la depresión, conocida como el estado anímico de tristeza,
aislamiento, abatimiento y abandono; y finalmente se llega a la aceptación, cuando se reconoce lo que se está pasando y se
busca la mejor manera de transitar por esto, con la menor afectación posible. Cada
persona en su libre albedrío y resiliencia «capacidad para superar las
circunstancias traumáticas» se estaciona o avanza a su propio ritmo por estas
fases.
Volviendo al inicio de esta breve disertación,
al reconocimiento de la inmensa capacidad de ambientación que poseemos los
seres humanos, así como el estar inmersos en un aprendizaje permanente,
revaloremos lo que somos, lo que tenemos a nuestro alcance, las personas que
amamos, la posibilidad de brillar en otros escenarios y regar diariamente la
semilla de la gratitud en nuestro corazón.
Como colofón de este escrito me permito citar a Jorge Bucay:
Agradécelo todo. La
gratitud es el solvente que diluye la queja. El toque mágico que atrae la
abundancia…Agradece por estar, por ser, por tener, por ganar, por perder, por
ir, por venir, por intentar. Si agradeces, tu cuenta espiral ganará
intereses…Tus ojos verán nuevos colores…