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lunes, 30 de junio de 2025
La Casa del Abuelo
martes, 24 de junio de 2025
miércoles, 18 de junio de 2025
Otra luz que se apagó
A la izquierda, su hermano Germán Pérez T.
jueves, 12 de junio de 2025
jueves, 29 de mayo de 2025
Celebración de cumpleaños
Por Cuquis Sandoval Olivas
En una entrevista a la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, rescaté esta cita que me marcó profundamente:
“Dar cuenta de uno mismo es contar una historia del yo… pero es también contar una historia del tú.”
Y es que simplemente, por el hecho de formar parte de la humanidad, convergemos en un mismo espacio geográfico, compartimos la cultura, el lenguaje y muchas otras cosas que nos hacen semejantes, aún dentro de nuestras propias individualidades.
En primer lugar, deseo agradecer al Creador por este soplo de vida que me fue conferido desde el momento en que fui concebida en el vientre de mi madre, hasta llegar al término gestacional y abrir mis ojos al mundo el 29 de mayo de 1963.
Llegué sola, indefensa, como un libro con las páginas en blanco, donde comenzaron a escribirse las primeras notas y a dibujarse las pinceladas de una bienvenida amorosa. Fui comprendiendo el mundo a través de la mirada de los otros, aprendiendo sus palabras, sus gestos, sus risas y sus múltiples formas de manifestar emociones y sentimientos.
No había conceptos en mi mente, solo rostros y brazos amorosos prestos a atender mis necesidades. En ese cuidado constante, el aprendizaje fue una experiencia cotidiana: aprendí a distinguir el frío del calor, los gestos de ternura y de enojo, a nombrar lo que me rodeaba, a dar mis primeros pasos y a conquistar, poco a poco, mi autonomía.
Ese entorno familiar, cálido y seguro, se fue ampliando con el paso del tiempo. Llegó la escolarización, y con ella las amistades, los maestros, los libros, las historias... y ese poder casi mágico que nace del asombro ante cada nuevo conocimiento adquirido.
Tuve una infancia feliz, rodeada de mis seres queridos, de muchos juegos y de la certeza de que los sueños podían encontrarse atrapados en las nubes, colgando de las estrellas, de las ramas de los árboles o escondidos en algún rincón del firmamento.
Pasé de una etapa a otra con la inocencia y el candor de quien se sabe amada y protegida. En la adolescencia descubrí los secretos de la atracción hacia el sexo opuesto, los susurros del cortejo, el cuidado de la apariencia física y el valor inigualable de las amistades sinceras, forjadas en los cimientos de valores sólidos.
Los usos y costumbres familiares y comunitarios moldearon mi personalidad: aprendí a valorar el tiempo, a soltar y entregar a los seres queridos cuando regresan a la madre tierra, a acudir a la iglesia del pueblo en busca de consejo, redención y esa fuente inagotable de fe que alimenta el espíritu.
Entonces, el amor llamó a las puertas de mi corazón... y llegó para quedarse. Desde 1982, su presencia ha sido un faro que ilumina mi existencia. Incluso en los momentos más oscuros, siempre he percibido la seguridad que irradia su presencia.
De novia pasé a esposa, y de esposa a madre: esa investidura sagrada que cada uno de mis cinco hijos ha renovado con encajes de amor, con hilos tejidos de sueños y retazos de ilusiones.
Con el tiempo, ellos también emprendieron su propio tejido de vida, y me convirtieron en abuela, llenando de aún más gozo y plenitud mi corazón.
Contar seis décadas y dos años no es tarea sencilla, pero sí puede resumirse con gratitud: gracias por un año más de vida, por mis hermanos y familiares, por las amistades que han perdurado, por las que se han ido dejando huellas imborrables, y por todas y cada una de las personas que, de alguna forma, han sido parte de mi historia. Gracias por la salud y la enfermedad, por las alegrías y las tristezas, por las dudas y las certezas, por cada uno de los proyectos emprendidos, gracias, gracias, gracias.
domingo, 25 de mayo de 2025
Luz eterna en la memoria. Reflexiones sobre la violencia y el feminicidio
N
Aunque sabemos que la muerte es nuestra eterna compañera, esa sombra que nos ha seguido a lo largo de los días, muchas veces la hemos logrado eludir gracias a los avances de la medicina, al cuidado preventivo y a otras medidas, buscando no solo prolongar el tiempo, sino mejorar la calidad de vida. A pesar de esto, cuando la muerte llega de manera definitiva, el impacto es irremediable, y la vida se ve alterada por la ausencia.
Reconocemos que la muerte se presenta bajo diversas formas para poner un punto final a la frágil línea de la existencia: enfrentamos la enfermedad, el deterioro físico del cuerpo, los accidentes, y en el caso que hoy nos ocupa, el feminicidio. Este acto cruel y devastador acaba con la vida de una mujer, quien desempeñaba múltiples roles: como hija, hermana, madre, sobrina, amiga, maestra, entre otros. La reciente tragedia que ha marcado a nuestra localidad con la pérdida de Lucero Zapien Urbina, una mujer que ya no podrá seguir iluminando la vida de sus seres queridos, nos deja con una huella imborrable de dolor. Ahora, su luz no guiará más en este plano terrenal, pero su memoria se ha elevado al firmamento, convirtiéndose en parte de la indignación colectiva ante la violencia que persiste en nuestra sociedad.
Lucero, como tantas otras mujeres, ya no solo es una víctima de feminicidio, sino un símbolo de resistencia, de lucha por la justicia. Su partida nos recuerda que esta violencia no solo se cobra la vida de una persona, sino que desgarra la esencia misma de la comunidad.
El término “feminicidio” como delito específico se instauró en el ámbito legal en 2012, pero antes se concebía como un crimen pasional o violencia doméstica. Este fenómeno ha sido una constante en la cotidianidad de muchas mujeres, que no han elegido ser víctimas, sino que se han visto atrapadas en la indefensión, en la vulnerabilidad, y en la falta de protección ante sus agresores. Las mujeres no debemos vivir con miedo, no debemos temer por nuestra vida cada vez que salimos de casa, pero la realidad es otra, y es cada vez más evidente que este flagelo no solo persiste, sino que crece.
De acuerdo con las estadísticas nacionales, los feminicidios siguen en aumento, y lo que es aún más alarmante, muchos de estos crímenes quedan impunes, enterrados bajo la burocracia de la justicia. La sociedad ya no puede permanecer en silencio ante este ciclo de violencia; el clamor de las voces que exigen justicia, seguridad y el fin de la impunidad se eleva más fuerte que nunca. Los gritos de indignación resuenan en cada rincón, reclamando por la reconstrucción del rompecabezas de la verdad, que no se permita que el miedo y la impotencia paralicen nuestra capacidad de acción.
Su familia, alumnos, compañeros docentes y comunidad en general, han emprendido esta manifestación, que clama y exige un alto a la violencia. Demostrando con hechos, que es fundamental despertar como sociedad, que se tomen medidas efectivas para garantizar la seguridad. Ya no podemos seguir permitiendo que se sigan cobrando vidas de manera tan despiadada. La memoria de Lucero, como la de tantas otras, debe convertirse en un motor de cambio, en una llamada urgente a la acción. La lucha por la justicia no debe detenerse. La reconstrucción de un futuro más seguro y digno para las mujeres de este país comienza con el compromiso de todos.
En estos momentos de tristeza, nos unimos al duelo de la familia y seres queridos de Lucero Zapien Urbina. Hacemos patente nuestro más sentido pésame. Que Lucero descanse en paz, y que su luz siga iluminando el camino hacia un futuro más seguro para todas las mujeres.
jueves, 22 de mayo de 2025
lunes, 12 de mayo de 2025
La casa de mamá
https://oem.com.mx/elsoldeparral/analisis/espejos-de-vida-la-casa-de-mama-23231545 I
Independencia número 49, “familia Olivas” reza el letrero que posa sobre la pared frente de la casa. Solamente figura un apellido, porque mamá tuvo tres esposos, y le nacieron dos hijos de cada uno, por lo que decidió poner el que tenían en común. El segundo marido fue quien compró el terreno donde se erige la vivienda, producto del dinero que ganó cuando emigró a Estados Unidos como brasero, antes de regresar al pueblo en 1957, solo para morir.
Mamá lavaba y planchaba ropa de la gente del poblado, hacía tamales y otras comidas que sus hijos mayores ofrecían a la venta, hasta que reunió dinero para comprar el material necesario y construir tres cuartos de adobe, con vigas en el techo, piso de tierra y cal sobre sus paredes.
Uno de estos albergaba la cocina, donde los recuerdos y aromas aún impregnan la casa en cada orificio, basta entrar y la esencia del recuerdo vuelve a flotar por el ambiente. El café hirviendo sobre la estufa de leña, el jarro de frijoles cocidos y las tortillas de maíz o harina cociéndose en el comal; la cocina solo contenía lo más básico: un pequeño trastero, una olla de barro con agua para beber y una mesa cuadrada de madera al centro con cuatro sillas viejas. Eso era suficiente para reunir a la familia y compartir el pan y la sal.
Los otros dos cuartos eran llamados “salas”, pero en realidad fungían como recámaras. Con dos catres viejos en cada uno, velices, rejas y cajas de cartón para guardar la ropa, una máquina de pedal marca Singer para coser y remendar nuestras raídas y gastadas prendas de vestir y un espejo pegado al centro del cuarto, que devolvía la magia de la felicidad, reflejada en nuestra imagen, al cepillar el cabello o colocar la crema en el rostro. También pendían algunas fotografías viejas, como la del abuelo, quien falleció en la década de los cincuenta.
Mamá nos contaba historias acerca de este hombre tan importante en su vida, él se había enlistado a las filas de la revolución y ahí conoció a Pancho Villa; peleó algunas batallas y pasó muchas calamidades que forjaron su carácter recio, pero siempre dejó en claro el compromiso, trabajo y dedicación para el bienestar de la familia y el abrazo protector que supo prodigarles.
Lo cierto es que siempre me dio miedo esta fotografía, parecía que su mirada reflejaba las duras batallas que tuvo que enfrentar, sus ojos destilaban tristeza y desamparo; un bigote espeso cubría su labio superior, patillas a la altura de sus oídos, dejando ver un lunar negro a un lado de su mejilla, portando corbata y un sombrío traje negro.
En casa no había sanitario, solo un corral compartido por la familia y los animales domésticos. Ahí, buscábamos un espacio con privacidad otorgada por un cerco de piedras, para hacer las necesidades biológicas de excreción del cuerpo. El aseo se efectuaba en un baño circular de lámina que, además, servía como contenedor para los requerimientos propios del hogar. Tampoco había tomas de agua, era necesario acarrearla desde una llave pública, por lo que era compromiso de los hijos mayores de traerla muy temprano.
El segundo de mis hermanos emigró a Estados Unidos muy joven, como indocumentado para ayudar a la familia, y pronto nuestra situación económica mejoró. Se construyeron otros dos dormitorios y un baño con sanitario y regadera, se instaló una toma de agua, la luz eléctrica y, donde era el corral, se hicieron seis cuartos con regadera, para rentar. Con ese pequeño negocio en puerta, mamá dejó de lavar y planchar ropa ajena y se convirtió en una empresaria con autoempleo.
La cocina cambió sus muebles viejos por otros incrustados en la pared, con refrigerador y estufa de gas. Las ventanas y puertas de madera fueron reemplazados por otras de hierro forjado, las vigas de los techos se cubrieron con cielos de manta y las paredes se pintaron de color, cubriendo sus espacios con imágenes de santos, crucifijos y fotos familiares.
Los catres fueron reemplazados por tarimas, las cajas y viejas petacas por dos roperos y unos sillones ocuparon el lugar de la sala, con un tocador que sostenía un espejo grande. Hijos y nietos nos refugiamos en ese espacio, era el centro de reunión de fines de semana y días festivos. Mamá era amante de la música, primero tuvo un tocadiscos, después una consola, luego un estéreo. Su nieta mayor le mandó colocar una banca afuera de su casa, donde se sentaba a la sombra de una lila, platicaba con las personas que pasaban y era su fuente de socialización inmediata.
Todo sigue igual, excepto que mamá ya no está. La casita tan amada se quedó clamando su presencia; nada ha cambiado de lugar, porque estamos seguros de que cada uno de sus adobes, rincones, muebles y utensilios son parte inherente de sus recuerdos. Pero yo no puedo llegar ahí y pernoctar sin compañía de algún familiar, siento su respiración, sus pasos y la angustia de su ausencia lacera mi alma.
martes, 6 de mayo de 2025
domingo, 27 de abril de 2025
Arquitecta de palabras
Una de las muchas bondades que me permite la literatura es que, a través de la lectura y la autoformación, tanto formal como informal, he llegado a convertirme en constructora del arte. Al igual que el pintor que plasma sobre un lienzo sus sueños, imprimiendo y mezclando colores y texturas, desenterrando cada día nuevas formas de conciencia; o como el compositor que une en armonía ritmo, cadencia, sonidos y silencios.
Como artesana de la escritura, puedo atrapar palabras que nacen en diversos contextos y situaciones, llevarlas a la concatenación de ideas y volcarlas en textos narrativos, poéticos, de ensayo o en distintos géneros literarios.
Mi pensamiento está en constante ejercitación. Ante cada escenario, evento o personaje, mi mente empieza a elucubrar historias, a indagar sobre un significado comprensible que encaje en mis estructuras, a buscar acomodo a esas nuevas ideas con las ya existentes y al deseo imperante de plasmar en letras las emociones, sentimientos y conocimientos que voy construyendo.
Esas sensaciones se repiten una y otra vez. Nacen de la observación de lo que gira a mi alrededor, de lo que pienso y siento, de lo que soy y lo que hago. Contienen una relación biunívoca con la naturaleza, con mi cuerpo, con el entorno mediato e inmediato, con las raíces de mis antepasados y los fragmentos de recuerdos. Se vinculan también con la palabra hablada, esa que va tejiendo hilos invisibles en busca de un tintero y una pluma que rescaten y den vida a sus memorias.
Un curso que tomé sobre la teoría de Fluxus dice que somos parte del todo, porque nos reconstruimos a partir de la otredad. Si leemos un libro, reinterpretamos y acomodamos las ideas de una forma muy diversa a como lo hacen los demás. Una puesta de sol se visualiza con los ojos y perspectiva de cada quien, de acuerdo al momento y las situaciones que estemos atravesando. Un poema o una canción resuenan de manera distinta en cada ser. Tomamos prestadas las palabras existentes —las que alguien mencionó con anterioridad—, solo imprimimos nuestro toque de unicidad y así, partimos de lo ya creado hacia una nueva creación.
Somos seres utópicos, con la vista puesta en el horizonte, en búsqueda de nuevos senderos y universos por explorar. Aunque también gozamos de la cotidianidad, de los hábitos y costumbres que dan sentido y proporcionan visibilidad a los pasos subsecuentes. Eso nos permite seguir edificando puentes de transición entre caminos andados y la exploración de la novedad.
He aprendido que cada uno de nosotros somos maestros y aprendices; solo hay que vestirnos de paciencia y humildad, desarrollar las virtudes de observar, escuchar y hablar; sobre todo, no dejar de maravillarnos ante los regalos que recibimos en la cotidianidad.
Disfrutar este viaje que es la vida, porque llegamos sin equipaje y así habremos de partir hacia el más allá. Los apegos emocionales nos distinguen y nos dan identidad, seguridad y autoafirmación; sin embargo, también debemos aprender a soltar. El pasado es esencia, es el insumo principal de lo que somos, pero lo que nos define son los hechos y acciones que tomamos y hacemos en el presente.
Seguiré soñando, escribiendo historias reales e imaginarias, transformando en versos el ritmo cadencioso de la vida y expresando mi agradecimiento por ser leída.
sábado, 19 de abril de 2025
martes, 15 de abril de 2025
Un alma que voló a la luz
Un alma que voló a la luz
https://oem.com.mx/elsoldeparral/analisis/espejos-de-vida-un-alma-que-volo-a-la-luz-22858975
(8 de febrero de 1937- 13 de abril del 2025)
Nuestra sensibilidad humana nos hace desarrollar apego por las personas que nos rodean; vamos entretejiendo vínculos y redes indisolubles, que se refuerzan en cada encuentro, mirada, confidencia y evento compartido. Es una malla sólida de afectos que se multiplica y alimenta con la llamada, el diálogo e interacción, con el compartimiento de alimentos o, simplemente, con la escucha activa: esa donde se sincronizan los sentidos y puede disfrutarse el instante de estar cerca de la persona amada.
Hoy mi corazón se encuentra afligido, porque, aun estando consciente de la fragilidad de la existencia y del peso extra que se va agregando con cada año transcurrido —tanto en el cuerpo como en el espíritu—, esperamos el regalo de su presencia por mucho tiempo más, sobre todo cuando la mano benevolente del Omnipotente ha cubierto de luz y gloria la vida y el sendero por el que transitamos.
Coty García fue adoptada por nuestra familia; ella era la tía, la abuelita, la consejera, quien aplaudía nuestros logros y nos acompañaba en momentos álgidos y de alegría. Siempre le hicimos saber la importancia de tenerla dentro de nuestro núcleo familiar, extendiendo las redes hacia el resto de la familia y demás amistades en nuestro entorno.
Abordar el tema de su existencia, sin duda alguna, nos lleva a resaltar sus muchas cualidades. Una mujer con ochenta y ocho años de edad, que conservaba una memoria fresca e inalterable al paso del tiempo: podía recitar los poemas aprendidos desde segundo año de primaria, recordar nombres y eventos de familias, amistades, compañeros de escuela, y relatar la evolución de la infraestructura de la ciudad, entre otros.
Solo la vimos derrotada cuando perdió a su hijo Ernesto. Los meses de duelo fueron de profunda oscuridad; fuimos testigos de las muchas lágrimas vertidas y de su esfuerzo constante por reconstruir, una y otra vez, su historia familiar.
Después de un año desolado, empezó a experimentar la resignación y la aceptación de que su hijo estaba descansando. Una vez más, vimos asomar la sonrisa en su rostro, escuchar sus bromas, sus versos, y todo aquello que la definía fue volviendo a su lugar, esparciendo su fe, esperanzas e ilusiones a su alrededor.
Estoy profundamente agradecida por el regalo de su presencia en nuestra vida, por cada gesto, palabra y acción. Compartimos historias, sueños, tardes de juegos a las cartas, sus bromas y anécdotas que nos permitieron conocer ese contexto donde ella creció.
Ella, siempre atenta a cada invitación —ya fuera a festejos, a mi casa, a Balleza o a algún restaurante— apenas llegaba yo ante su portón, ya estaba esperándome, con su llave colgada al cuello, muy guapa y con las palabras listas para iniciar la conversación.
En cada lugar que visitamos había personas que la conocían; todas y cada una se detenían a expresarle su afecto y admiración. Y ella se sentía orgullosa y feliz por contar con tantas amistades.
Cuando la sombra de la enfermedad y la muerte aparecía llevándose a personas conocidas y cercanas, ella expresaba su petición al Creador: que le concediera la gracia de partir a su lado, gozando de sus plenas facultades y sin estar en hospitalización. Dios escuchó sus ruegos y le concedió partir en medio de un sueño, en su habitación, rodeada de sus recuerdos, sus cosas y ese espacio tan acogedor, lleno de luz.
Descanse en paz, querida Coty. Siempre vivirá en nuestro corazón.
Carta a Gabriel García Márquez
Hgo del Parral, Chihuahua, 7 de abril del 2025
Querido Gabo:
Perdona la familiaridad del trato, pero a fuerza de recurrir a tus letras, a escucharte en distintas entrevistas y conferencias, te siento tan cercano que me permito utilizar tu diminutivo, como cariñosamente te llamaban las personas cercanas a tu entorno.
Aunque no fuiste mexicano por nacimiento, sí que lo fuiste por defunción, y finalmente esos son los dos parámetros que tenemos en la vida.
Debo confesarte, que no he podido leer tu obra cumbre con la que te hiciste acreedor al Premio Nobel de Literatura en 1982; lo intenté por dos ocasiones y me perdí en el constructo de tantos personajes mencionados. Reconozco que necesitaba madurar como lectora para interpretar y encontrar los significados que vertiste en esa magna novela, por lo que prometo, será mi próximo reto literario.
Sin embargo, me inmiscuyo en la historia de tus padres captada en el libro “El amor en tiempos de cólera”, donde Fermina y Florentino, me envolvieron en la magia del amor; gocé sus encuentros, sufrí sus desatinos, reí, lloré, experimentando una gama de sentimientos, producto de la magia con que se entrelazan tus relatos.
El otoño del patriarca, me remitió a reconocer al dictador mexicano Porfirio Díaz, quien duró 33 años en el poder, y que por su voluntad jamás hubiera desistido de este. En tu libro, retratas a ese opresor que conservó el poder por más de 100 años, cometiendo barbaries e injusticias y frenando el progreso; por otro lado, logras trasmitir a tus lectores el sentimiento de soledad que embarga al protagonista, poniendo en evidencia las atrocidades a las que conduce el poder sin límites.
“El coronel no tiene quien le escriba”, novela que leí cuando cursaba la educación secundaria por el año de 1977, confieso que la elegí por su brevedad y por no tener muchas opciones a la vista, no conocía el alcance de tu trayectoria como escritor; sin embargo, al volver a retomarla al paso de los años, reconozco su profundidad y calidad literaria; porque tus textos son como la mar, entre más me introduzco e inmiscuyo en su análisis, más riquezas voy encontrando. En esta obra, se reflexiona sobre la esperanza y la resignación, sobre las consecuencias de mantener los principios y la dignidad personal en una sociedad corrupta, con memoria frágil y quebradiza porque al dejar de prestar los servicios al patrón, se puede quedar en el olvido, pasar hambres, sin que la sociedad recuerde los honores obtenidos estando al servicio de la patria.
Esta novela presenta una semejanza de lo que sucede con las personas en edad madura que habitan en países tercermundistas; que ven pasar sus mejores años trabajando, cuando las fuerzas los abandonan y las necesidades aumentan, tales como: compañía, afecto, tiempo, servicios médicos y seguridad social, enfrentan un cruel abandono, de la familia o sociedad en general.
En “Crónica de una muerte anunciada” supiste delinear a cada personaje a la perfección, porque tus letras son historias vivas de desigualdad y violencia, las cuales aún en la actualidad, siguen reproduciéndose en toda su crudeza, en varios continentes. El protagonista principal es Santiago Nasar, joven de 21 años, quien es acusado por Ángela Vicario de violación. Cuando ella se desposa, su marido la regresa por no ser virgen; como si la mujer solo poseyera el valor que le brinda un himen intacto y la pureza fuera el timbre de calidad impreso en su persona. Era necesario encontrar un culpable para vengar la afrenta familiar y comunitaria. Los hermanos de ella lo encuentran y les dan muerte a cuchilladas.
También en ese texto realzas la importancia de la religión y sobre todo, de sus mandatarios, porque a llegada del Obispo causó tal conmoción, que era el tema más importante del momento; opacando las advertencias y anuncios sobre esa muerte que estaba ya anunciada.
“Los funerales de Mamá la grande” y pudiera seguir enumerando tus obras, pues en cada una que visito, encuentro un mundo por explorar, tanto conocimiento que espera ser retomado, confrontado con los tiempos y contextos para adquirir significado; porque supiste captar por medio de tus letras, los acontecimientos de la vida cotidiana para relatarlos de manera extraordinaria y hacer al lector, partícipe de estos, que vibre, sienta y experimente las emociones narradas.
Tu incursión con maestría en varios géneros literarios, desde cuento, novela, ficciones, reportaje, entre otros; obras que, a fuerza de ser leídas, comentadas y analizadas por los expertos, te concedieron la nominación del padre del realismo mágico, que se caracteriza por incluir elementos fantásticos en una historia real.
Dejaste un legado pletórico de enseñanzas, un camino sembrado de historias que me han hecho sonreír, llorar, enojarme y experimentar un sube y baja de emociones encontradas. Gracias Gabo, por dedicar tu tiempo a sembrar huellas en este laberinto de palabras.
Te escucho en audios y videos y me complazco al captar los mensajes emitidos, observar esa mirada diáfana donde se retrata el amor y el agradecimiento por más de ocho décadas vividas a plenitud.
Descansa en paz Gabito y sigue relatando historias en el más allá.
Afectuosamente
Cuquis Sandoval Olivas
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