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martes, 25 de octubre de 2022

Una luz que se extinguió


  

Una luz que se extinguió

    Volver al terruño donde una nació, entraña el remover muchas emociones y sentimientos que subyacen en el recuerdo; el mirar ese espacio terrenal, con sus casas, gente presente y ausente, sus olores y colores, permiten llegar hasta ese baúl de los recuerdos y es imposible privar a la nostalgia y añoranza que se dibuje en nuestro rostro, así como insostenible es, retener los suspiros que brotan desde el fondo del alma; es menester que los ojos requieran ser limpiados por el nacimiento de gotas saladas que amenazan con correr libremente por las mejillas.

    Los motivos para volver son diversos, entre los más tristes se encuentra cuando vamos a acompañar a uno de nuestros seres queridos a su última morada. En el pueblo, se van entretejiendo lazos de amor profundo debido a la convivencia tan cercana, por lo que la pérdida de uno de sus moradores, es motivo de dolor para la familia y la comunidad.
    
Este escrito va impregnado de amor y agradecimiento, para esa mujer, cuyo cuerpo fue enterrado el día 24 de octubre. Deseo escribir un poco sobre el impacto que tuvo en mi vida, porque considero que es la mejor manera de honrar su recuerdo.
    
Luz María Villalobos Palma (1938-2022), madre de Rafael, Guadalupe, Jesús María, María del Rosario, Francisco y Daniel, vivía hace algunos ayeres en el “Ranchito”, situado entre ”El Reventón y Balleza”. Mi familia fue por siempre vecina de sus padres, el señor Heriberto Villalobos (+) y María Palma (+), en el barrio del Chamizal, y yo tuve la fortuna de crecer cerca de su hogar y convertirme en compañera de primaria e íntima amiga de su hija “Rosario”; la socialización ha sido una de mis características, y amaba y añoraba el pasar los fines de semana en su casa, así como los meses de vacaciones en el rancho propiedad de sus padres. Fue gracias a ellos que aprendí a conocer la vida y actividades habituales del campo, observar desde la ordeña, hasta la elaboración de productos derivados como el queso, leche espesa, requesón, crema agria, entre otros. Aunado al placer de bañarnos en el río, de jugar entre las ramas de los árboles y de siempre encontrar el corazón y brazos abiertos de esta noble mujer hacia mi persona.
    
    Con el tiempo, ella se muda a Balleza, enseguida de la casa de sus progenitores, entrar a su casa, era como entrar a la mía, siempre había comida sobre la mesa y me recibía con una amplia sonrisa, expresando cosas positivas hacia mi persona.
Su figura diminuta siempre estuvo presente en mi existencia, aun cuando salí permanentemente del pueblo a la ciudad, cada vez que regresaba, la parada en su casa era obligatoria, no solo por saludarla, sino por retribuir un poco del amor que ella siempre me brindó en las distintas etapas de mi vida.
    
    Mi corazón se acongojaba entre cada visita, al ir comprobando el deterioro de su frágil cuerpo, sobre todo, en los últimos meses, cuando las nubes oscuras del olvido fueron aprisionando su mente y era difícil entablar un diálogo con ella. Perdió algunos recuerdos, pero nunca su sonrisa y expresión de amor que brotaba de sus ojos y manos al ser acariciadas.
Me uno a las condolencias expresadas a la familia Prieto Villalobos, a sus nietos y bisnietos, porque como dijo Karla Holguín Loya, en un escrito que hace mención a muchas de las personas que se han adelantado en el camino: “el pueblo no será lo mismo sin ella”, …no podremos observar su rostro amable, ni volver a revivir esos olores emanados de su cocina, ni sentir su abrazo, porque su cuerpo y alma se han ido a otra dimensión; su casa dejará de ser ese centro de reunión de familia y amigos, pero su recuerdo prevalecerá en la memoria de quienes la conocimos.
    
    Quiero recordarla como tantas veces la vi, siempre hacendosa y al cuidado del hogar, en los últimos años cuando los hijos fundaron sus propios hogares: la veía por las tardes sentada en la banqueta de Arturo Medina, acompañada de su hermana inseparable, Carmela Villalobos; después, cuando el deterioro de sus fuerzas le impidieron subir los escalones, el asiento en la banqueta de la casa de la maestra Violeta, era su escaparate para saludar a la gente, platicar y convivir; posteriormente, una banca situada enfrente de su casa, hasta que fue imposible salir y abandonar el lecho.

    Descanse en paz mi querida e inolvidable Luz María. 

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