Hoy como ayer, agradezco la oportunidad de un nuevo día.
Hidalgo del Parral, Chihuahua,
29 de enero 2022
Querida Griseld:
En este segundo lapso del calendario gregoriano, escribo
esta misiva, primeramente, porque es el mes que celebraríamos tu vigésimo
primero aniversario de vida y, a pesar de que tu línea del tiempo se detuvo el
año 2011, necesito recurrir a este artilugio literario, porque brinda a mi alma
una catarsis, un bálsamo de paz y esperanza en medio del oasis, producto del dolor
y desesperanza en la que hemos transitado desde tu partida.
Cada palabra, frase y pensamiento van dirigidos a ti, estoy
consciente que no hay una forma de enviarla por correo ordinario o virtual, pero
gracias al poder de las palabras, puedo comunicarme contigo hasta la eternidad.
Una de las cualidades sobresalientes que te distinguían,
era precisamente la de saber escuchar, entablar
diálogos, hacer preguntas, buscar significados y entonces el asombro se
dibujaba en tu rostro, porque entre más conocías, más interrogantes llegaban y
tú simplemente, deseabas conocer el mundo; era tanta la confianza depositada en
las personas a tu alrededor y en el futuro promisorio que estabas presta, de
mente y corazón, con oídos abiertos y pronta respuesta, así como el uso del
tintero de la pluma, para expresar tus sentimientos a través de las letras o
los dibujos que tus manos trazaban.
En el baúl de mis recuerdos, conservo esos mensajes que
aprisiono como tesoros invaluables, vuelvo a leerlos y parece que escucho tu
voz, entonces me apresuro a contestarte, a reafirmar nuestro código de amor que
trasciende más allá de la muerte. Fuiste y eres aún mi maestra, contigo aprendí
a ser abuela, a mirar con tus ojos de inocencia las maravillas del mundo, a
reír y gozarme en tu presencia, a construir castillos en el aire.
Me enseñaste a encontrar a Dios en medio de la
enfermedad, a saborear cada instante de vida, a reconocer la valentía con que
enfrentaste cirugías y tratamientos invasivos; te convertiste en el pilar de
fortaleza cuando nos veías destrozados, buscabas consolar, más que ser
consolada, brindaste apoyo y confianza a otros niños que transitaban por ese
sendero de dolor, y fuiste construyendo tu camino hacia la espiritualidad por
medio de la fe, adentrándote en la palabra viva, entonando himnos y alabanzas y preparando tus
alas para volar a su reino eterno.
A veces, te imagino como la bella durmiente, en un lecho
de rosas, rodeada de ángeles celestiales, con tus ojos cerrados, la sonrisa dibujada
en tu rostro; con la plena confianza de estar en un lugar donde se te quiere y
cuida; hay tal luminosidad que el brillo
penetra hasta nuestra conciencia familiar y es así, como las generaciones
nuevas te han podido conocer y amar; escuchas nuestros pasos y voces, eres convidada
a dichas y tribulaciones que experimentamos en medio de la cotidianidad; participas en espíritu, hay comunicación
fluida y constante con palabras inteligibles
que solo el amor puede interpretar.
Te imagino como
una potencia cósmica, como una maravilla abstracta invisible para los ojos,
nunca para el corazón. Te concibo, te intuyo, vives en mis emociones, eres
energía pura que transita en los universos paralelos; a veces te miro en el
fulgor de las estrellas, en el vientre de la luna, en el viento, en las flores,
en la inmensidad profunda del mar, en ese constante oleaje que va y viene
trayendo tu mensaje, el eco de tu voz, lavando la arena donde quedaron grabadas
el transitar de nuestras huellas.
Te siento en los amaneceres y en cada atardecer, cuando
el sol despierta y se oculta en el firmamento; te escucho en el río que corre
buscando su cauce, en el pájaro que entona su melodía, en las golondrinas que
llegan al nido construido en el porche, en las hojas que caen y se convierten
en insumo de la tierra para volver a renacer, en la mirada de las mascotas, en
el ser y hacer de mis nietos y en la mirada de cada niña que encuentro a mi
paso, en las lágrimas desconsoladas de tu madre, en sus palabras cuando evoca
tus recuerdos, en tus hermanos, en cada rincón de mi vida interna y externa.
La palabra es un mapa que me permite llegar a ti, tiene
el poder de escudriñar mis sentimientos y transformarlos en ideas, en emitir mensajes
que quedaron inconclusos y cual lava ardiente, están buscando el cráter que les
permita salir, sacar el coraje, frustración y esas emociones negativas que se
generaron ante el sufrimiento que tu pequeño cuerpo y alma tuvieron que
experimentar por dos años, cuando recibías ese veneno que permitimos entrara
por tus venas, buscando encontrar y destruir esas células malignas, que se
estaban propagando por el interior de tu organismo. Destruyeron tu cuerpo
físico, jamás tu alma ni espíritu.
Cuando partiste, quedé presa de sentimientos de culpa, de
frustración, tantas palabras atrapadas en mi boca, que no supieron como
acompañarte en ese duro trance al desprenderte de tu cuerpo terrenal. La abuela
en quien tanto confiaste, estaba hecha una piltrafa humana, el corazón se
partió en pedazos y tuve que levantar las piezas y reconstruirlo para convertirme
en fuente de apoyo para tu madre.
Sigues siendo una magnífica receptora, pero no solo me
escuchas, me haces llegar tus respuestas de múltiples maneras: a través de la
naturaleza, con la aparición de memorias adormecidas, cuando veo dibujarse la
sonrisa de un niño y con el consuelo de que estás cuidando en el más allá a nuestros
seres queridos que ya han partido.
Gracias Griseld por esa década de vida compartida a
nuestro lado, por tus risas, tu canto, tus sueños; por haberme enseñado a amar
de una manera incondicional y por ese apodo con que me nombrabas entre bromas y
risas cada vez que hacía hasta lo imposible por cumplir tus deseos.
Saborea estas letras, como yo me apropio de la fragancia
de tu recuerdo.
Te ama hoy y siempre:
La viejilla pudientilla
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