La carrera del tiempo
Me permito abordar un término que tiene diferentes
acepciones de acuerdo al contexto y momento en que se aplica. El uso óptimo del
tiempo, es una tarea que a todos concierne y ocupa, porque estamos conscientes
de su fugacidad, de reconocer los breves instantes que puede aprisionarse, para
luego escapar en búsqueda de la eternidad; el tiempo se evapora, desaparece
como las nubes que luego dejan ver su contorno en el firmamento y
posteriormente, solo es visible un cielo azul traslucido; como el agua que
puede atraparse entre las palmas de las manos, para después empezar a diluirse
hasta desaparecer por completo.
Una prueba fehaciente de ello es el reloj, dispositivo que
marca las 24 horas del día, completa un ciclo y vuelve a empezar; su esencia es
concebida de acuerdo al momento y a la persona que lo está experimentando;
quién se hace consciente de este, aminora el paso, lo pausa para contemplar con
más detenimiento o en su defecto, lo apresura, creyendo que va a darle alcance.
El tiempo, inflexible en su sentir, sabe
que nada ni nadie detiene su paso, solo permite crear la ilusión óptica de que
alguien puede controlarle.
El calendario va marcando inexorablemente los días de
cada mes, y en un abrir y cerrar de ojos, da vuelta a la página para volver a
empezar con uno nuevo; de pronto, casi sin darnos cuenta, está en el último
recuadro, adornado con luces navideñas y el resplandor de las chimeneas que
emiten sus danzas bailarinas en espera del último baile a efectuarse en ese año
que termina.
Y es así, como vamos sumando años a la cuenta de nuestro
nacimiento y el cómo vamos restando tiempo a nuestra línea de vida. Crecemos,
algunos vamos a la escuela, nos enamoramos, tenemos hijos y de pronto, volvemos
a quedarnos sin ellos, porque ya emprendieron su camino y se encuentran en la
pista de su propia carrera; podemos constatar la experiencia adquirida, los
conocimientos ganados y las pérdidas que conlleva cada etapa; la piel antes diáfana
y tersa, va mostrando los vestigios del camino andado, las sonrisas y
preocupaciones dejan su huella en el rostro, el pelo, cambia de tonalidad, el
paso baja su ritmo y la visión se expande valorando todo lo que está a nuestro
alrededor.
Otras personas pudieron elegir otro itinerario de viaje,
pero de igual forma, vamos en el tren, con un destino escrito en el boleto, con
hora de salida y llegada; lo que hagamos durante la travesía, será nuestra
elección de vida, saber con quienes compartimos los asientos, los recuerdos y
memorias; a quiénes les abrimos el corazón y les cedemos un espacio en su
morada.
En este trayecto, nos vamos despidiendo de personas que
tuvieron un fuerte impacto en nuestra existencia; les lloramos y alabamos su
recuerdo y damos la bienvenida a otros seres que van llegando a conformar parte
de nuestro entorno. Es un constante soltar, dejar ir y abrir los brazos para
recibir.
Entiendo la existencia como un proceso cíclico, que al
dar vueltas y girar se expande hacia el exterior, pero que, al usar la magia
del pensamiento, puede volver a recrearse con esas imágenes que aún moran en
los recuerdos, saborear el aroma de los momentos de antaño y el perfume que
dejaron impreso en su caminar.
Envío estas palabras a todos y cada uno de los que han
conformado este más de medio siglo de vida, y aunque tengo el poder de revivir
esos momentos compartidos a su lado con la fuerza del recuerdo, quisiera volver
a experimentar su cercanía y abrazo, expresar las palabras que no encontraron
su cauce en un momento determinado y hacerles saber cuánto les he amado.
Cuquis Sandoval Olivas
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