Ha muerto una Rosa
La primera vez que
asistí a una conferencia de la Asociación civil Rosas Rosas, quedé totalmente
asombrada; el objetivo primordial era concienciar a la sociedad sobre la
importancia de la auscultación y prevención del cáncer de mama.
Desde el momento
que entré al recinto, las fibras más íntimas de mi ser quedaron a flor de piel,
mi alma sensible se condolía de observar a esas mujeres guerreras que daban
testimonio de la lucha que estaban enfrentando, del impacto al conocer la
noticia de que eran portadoras de cáncer, de los tratamientos y las terribles
consecuencias inherentes, y el cómo habían asimilado el convivir con la
enfermedad, siempre en una constante cercanía con el dolor y la incertidumbre,
pero sobre todo, con la entereza y la fuerza para disfrutar cada segundo de
vida. La Asociación estaba conformada por mujeres de todas las edades, desde
muy jóvenes, hasta maduras, quienes vestían de color blanco, con un moño
distintivo de color rosa sobre su pecho.
Tenían una
exhibición de fotografías, donde podía precisarse la falta de un seno o de
ambos, ellas mismas se encargaron de dar un recorrido por la galería, mostrando
las cicatrices en el cuerpo y el testimonio de como esa extirpación se
convirtió en su boleto para seguir viajando en el itinerario de la vida.
Entre esas Rosas,
estaba mi entrañable amiga Tere Corral, con quien habíamos tejido lazos de
amistad desde tiempo atrás; ella portaba un turbante sobre su cabeza, señal
inequívoca de que estaba en tratamiento y había perdido el pelo. Yo la
observaba moverse diligentemente por todo el salón, apoyando en lo que fuera
necesario. Esa era la Tere que yo conocía, siempre en movimiento, lista para la
acción y hoy la veía igualmente activa, pero ejecutando los pasos que marca el
ritmo del cáncer
Cuando me acerqué a
saludarla, quería decirle tantas cosas, asegurarle que todo saldría bien, pero
solo me limité a abrazarla muy fuerte y permití que las lágrimas fluyeran
libremente sobre mi rostro. Entonces, ella me consoló, me brindó su paz espiritual,
tenía la plena seguridad de que saldría adelante en esa contienda; tenía muchas
ganas de vivir por ella misma y por el inmenso amar profesado a su familia.
Posteriormente la
encontré en otros eventos, siempre sonriente, con su mirada diáfana, transparente,
con esa luz de esperanza de quien confía en que llegará el milagro de la
sanación.
Seguimos
frecuentándonos y saludándonos a través de las redes sociales. Supe que había
vuelto a ingresar a hospitalización y uní mis plegarias para que todo saliera
bien y volviera a su casa como en muchas otras ocasiones. Hoy me encuentro con la triste noticia de su
fallecimiento, no puedo evitar el sentir enojo, dolor, indignación y
desesperanza ante la crueldad de esa enfermedad, que invade el organismo de
quien la porta y quebranta la estabilidad emocional y psicológica de toda la
familia.
¡Vuela alto,
querida amiga! lleva tu sonrisa a los
confines del universo, allá donde no hay dolor ni angustias, ni quebrantos. El
jardín de la Asociación ha perdido una Rosa, los hijos han perdido a su madre;
Omar perdió a su compañera de vida; Parral, ha perdido a una mujer valiente y
emprendedora.
Descansa en paz
Tere Corral.
https://www.elsoldeparral.com.mx/analisis/espejos-de-vida-ha-muerto-una-rosa-6630387.html
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