Hgo del Parral,
Chihuahua, 19 de agosto del 2020
Querida
mamá Cira
Sabíamos que era nuestra abuela, pero siempre le llamamos
y consideramos como una segunda madre. Esta misiva lleva la intención de volar
por el firmamento, llegar hasta su hogar en el cielo, donde seguramente se
congratula con la presencia de sus amados hijos, de abuelito y las raíces
generacionales que ahí habitan. Sus entrañas regaron fruto fértil en tierra, y
ellos a su vez hicieron su cometido. Las flores diseminadas no solo compartimos
apellido y fragancia, sino que albergamos recuerdos y memorias atesoradas del
tiempo que vivimos a su lado. Su imagen era parte central del escenario
comunitario y familiar. En todos los eventos y recuerdos de mi niñez,
adolescencia, juventud y parte de mi madurez figuran; solo que mi mente no
puede registrarla joven, siempre aparece como esa viejecita dulce de ojos
amielados, espalda corva y sonrisa bondadosa; con una pañoleta atada a su
cabecita blanca; sus pasos y sus leves murmullos avisaban de la cercanía de su
presencia. Era común el visitarla en su
casita cuando éramos pequeños, pero en la medida que los nietos nos fuimos
emancipando, usted era la encargada de llegar cada día hasta nuestro hogar a
una hora determinada, era como una costumbre, un rito de acompañamiento, nos
escuchaba, respondía nuestras preguntas, tomaba café, fumaba sus cigarrillos,
en su veía el reloj y luego se disponía a visitar otro espacio. Este recorrido
se hizo por muchos años, su presencia era parte importante del día, sabíamos
que llegaría y nos comentaría las últimas novedades que alcanzó a escuchar en
la casa anterior; como gozaba de sus narraciones, de los eventos que describía,
porque su mundo se desarrolló en el pueblo, solo visitó la ciudad más cercana
en contadas ocasiones. En las fiestas y reuniones familiares, así como en la
iglesia, su vocecita entonada acompañaba las melodías con el tarareo, no
conocía la letra de las canciones, pero daba un acompañamiento excelente. Estoy
segura que es parte de la orquesta de los ángeles en el cielo y que sus notas
armónicas siguen endulzando los oídos de los querubines.
Gracias mamá Cira, por los cuidados, abrazos y cariño
recibidos, porque esta misiva me permitió traerla de vuelta y constatar que
sigue viviendo en lo más profundo de mi corazón. Dios fue benevolente y
amoroso, nos permitió gozarla una larga y saludable vida. Finalmente, después
de más de nueve décadas la flama de su existencia se fue apagando; su tenue luz
y manos que se aferraban a las nuestras, pudimos hacer patente
el respeto y gran amor que le profesamos, despidiéndola entre flores,
abrazos y llanto.
Le ama por siempre, su nieta Cuquis Sandoval
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