Una luz que se apagó
Generalmente
solemos pensar que la vida tiene un ciclo que culmina con la vejez, sin embargo,
una y otra vez, nos muestra una realidad que nos llena de sobresalto. Hace unos
días recibimos la triste noticia del accidente acontecido a la maestra Lorena
Vázquez Payán y su hija, «quien afortunadamente solo recibió golpes ligeros»; estábamos
enterados de la gravedad de su salud, pero siempre estaba latente la luz de la
esperanza, esperando que Dios se manifestara en su grandeza y le devolviera el
equilibrio a su cuerpo tan dañado.
Hoy
ese brillo desapareció, su alma y espíritu volaron a otros confines del
espacio; despojándose de su equipaje terrenal y dejando un duelo profundo en su
familia, alumnos, compañeros de trabajo, amigos y conocidos.
Tuve
la suerte de conocerle y tratarle como amiga, madre, abuela y maestra, solo
bueno recuerdo dejó en mi memoria; siempre preocupada por conseguir materiales
didácticos, estrategias de enseñanza y nuevas situaciones didácticas para
implementar en los centros educativos donde se desempeñaba.
He
observado que desde el día de ayer que se informó de su deceso, la comunidad se
ha volcado en lamentos, condolencias y manifestaciones de dolor, angustia y
pesadumbre por esa vida que aún estaba en pleno esplendor de su verano.
Permitamos
que las memorias cual semillas esparcidas en cada uno de los que tuvimos la
suerte de conocerle y convivir con ella, florezcan y externen su fragancia para
que llegue hasta el infinito y Lorena pueda observar con beneplácito el cariño
que sembró en la tierra.
Aunque
la ausencia perfore el alma, abracemos su recuerdo y acompañemos con nuestras
oraciones por la resignación de su familia y el descanso de su alma.
DEP. +.
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