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sábado, 1 de febrero de 2025
Huella indeleble
Debiéramos darnos un tiempo para escribir sobre las personas en vida, pero la existencia transcurre tan rápido que, a menudo, la muerte nos sorprende, arrebatándonos la presencia de esos seres especiales que han dejado huella en nuestro camino. Marcaron pautas, abrieron senderos y forjaron lazos imborrables en nuestro contexto inmediato y mediato.
Sin lugar a dudas, no existen caminos sin obstáculos ni rosas sin espinas, como tampoco hay una biografía sin heridas. Algunas sanan con el paso del tiempo, otras permanecen como cicatrices imborrables, y unas más resultan decisivas, trazando el umbral antagónico de la vida y cerrando un círculo que, a su vez, abraza la memoria colectiva e impregna el sentir de familia y comunidad.
Hoy me permito ser portavoz del pueblo ballezano para expresar los sentimientos que embargan el alma tras la pérdida de un amigo, un compañero, un ser humano excepcional: el doctor Enrique Carrillo Ronquillo (15 de octubre de 1956 - 20 de enero de 2025). Su vida quedó atrapada entre dos fechas emblemáticas, marcando un punto de inicio y otro de despedida, pero su legado permanece imperecedero en los corazones de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.
Hago uso de los recuerdos atesorados para honrar su memoria. Expresarlos a través de las letras es una encomienda de amor y gratitud, con la intención de transmitir a su familia el cariño, la admiración y el respeto que supo ganarse en nuestra comunidad.
En 1982 llegó a Balleza con una maleta cargada de sueños e ilusiones. Recién egresado de la Facultad de Medicina, traía consigo el conocimiento para combatir el dolor y la enfermedad, la calidez para ganar amigos y los valores que marcaron su andar profesional y personal. Su bata blanca no solo era un símbolo de su profesión, sino el reflejo de su entrega inquebrantable, su vocación de servicio y su amor incondicional por el prójimo.
Su presencia fue sinónimo de esperanza. Atendía a quien lo necesitaba sin importar la hora ni el cansancio, brindando un diagnóstico certero, una palabra de aliento y unas manos dispuestas a sanar. Su compromiso con la salud y el bienestar de su gente trascendió más allá de una consulta; fue un apoyo incondicional, un guía y un amigo para muchos.
De su unión matrimonial con su amada esposa, Juana Camacho Domínguez, nacieron cuatro bellos frutos: Clemencia Karina, Blanca Patricia, María Isabel y Flor Alejandra Carrillo Camacho. Su árbol genealógico se expandió con la bendición de sus seis nietos: Brenda Yahaira Martínez Carrillo, Jorge Alexis Carrillo, Manuel Enrique Martínez Carrillo, Yaritza Isabel Carrillo, María Fernanda Sánchez Carrillo y Ana Lucía Gómez Carrillo. Además, le sobreviven sus hermanos: María Elena, Salvador, Norma Teresa, Luis y Martha Irene Carrillo Ronquillo.
Hoy en día, el dolor cimbra las fibras del alma, su familia llora su partida, el pueblo lamenta su ausencia, pero su legado permanecerá en cada vida que tocó, en cada familia que ayudó y en cada corazón agradecido por su bondad. No se ha ido del todo, porque quienes dedican su vida al servicio de los demás, jamás mueren en el recuerdo de su gente.
Descanse en paz el doctor Carrillo. Su ejemplo seguirá iluminando el camino de quienes, como él, ven en la medicina un acto de amor y entrega, buscando combatir la enfermedad y el dolor, y con sus conocimientos y experiencia, resarcir el proceso dinámico y ordenado de la vida.
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