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Los ecos del ayer
Al paso del tiempo, he aprendido a discernir la génesis y los procesos circunstanciales de mi entorno mediato e inmediato, dando forma y color a los personajes y eventos que son partes inherentes de mi vida. Algunos de estos quedaron atrapados, deambulando por los rincones más profundos de la memoria; otros tantos son producto del deseo de revivir el pasado.
Nuestra vida se compone de esos pequeños fragmentos, que al volver a unirlos, dan forma y sentido a las emociones. La visita a nuestro pueblo nos regala baños de sol y luna, cobijados por un cielo diáfano o estrellado que ha guardado por muchas generaciones los secretos del universo, emitiendo susurros a veces indescifrables; otros, tan claros, que son capaces de penetrar hasta el subconsciente.
Los murmullos del viento esparcen rumores por un horizonte extendido que atrapa y cobija sueños e ilusiones, el mismo que ha sido cómplice de confidencias, leyendas e historias que dieron cimiento y estructura a esta personalidad, investida de un pensamiento idealista y soñador.
Los recuerdos se cimbran al compás del tiempo. El ayer cobra vida como si estuviera en un compás de espera, resurgiendo a la evocación. Las nubes flotantes y danzarinas de memorias se engarzan, y las partes van formando un todo en una línea cronológica que da coherencia y significado.
Cierro los ojos y permito la expansión de mis sentidos. Ahí está esa casa color verde y finca de adobe, con tan solo cinco habitaciones: la cocina, dos recámaras, la sala y el comedor, además del cuarto de baño. Mis sentidos se propagan al máximo; puedo ver cómo los objetos inanimados adquieren vigencia: la estufa de leña encendida, con unos sartenes que contienen los alimentos preparados por las santas y benditas manos de mamá; el café hirviendo, esparciendo su fragancia inconfundible de esa mezcla de grano, piloncillo y canela; las tortillas de harina cubiertas por un esplendoroso mantel blanco.
Los personajes tienen voz y movimiento. Experimento un placer infinito al reencontrar los sonidos peculiares y tan característicos de cada uno de ellos. Corro y me refugio en los brazos maternos; siento el calor y el palpitar de su corazón en mi oído. Desde que tengo memoria, ese recuerdo me acompaña por siempre:
—“Bum, bum, bum” —entablando un contacto directo con el cordón umbilical invisible que nos mantiene unidas, a pesar de que ella trascendió a otra esfera del tiempo.
En ese espacio transcurrió gran parte de mi infancia y adolescencia. En el instante preciso del nacimiento de mi hermano menor, mamá sembró una lila al frente de la casa, pensando que, al igual que esa indefensa criatura que recibió orgullosa en sus brazos, necesitaría cuidado, esmero y dedicación, a sabiendas de que su sombra prodigiosa retribuiría con creces las atenciones recibidas.
De esa manera, cada día de nuestra existencia, fuimos creciendo a la par: la lila, expandiendo sus raíces dentro de la tierra, alimentando un tronco firme que, a la vez, dio origen a ramas que fueron desarrollándose en diferentes direcciones.
Todos pagamos la factura de los años. Mi padre falleció cuando aún éramos niños, mamá quedó al frente del hogar. La lila sufrió también las embestidas e inclemencias del tiempo y hubo que replantarla en varias ocasiones. Cada uno de los hijos formamos nuestro propio hogar y mamá quedó viviendo sola, con sus recuerdos y esperando con ansias los momentos en que la íbamos a visitar.
Los años siguieron su curso; ella fue envejeciendo y albergando las dolencias propias de la edad, hasta que el día 23 de enero del 2018 emprendió el vuelo final, dejándonos en la más completa orfandad.
Desde entonces, volvemos con nostalgia a nuestro primario y solitario hogar. Cuando la tristeza cubre el alma, y se apodera del corazón, se hace difícil incluso respirar, entonces, debemos nutrir el espíritu con esos aromas y recuerdos del ayer, volver a visitar cada lugar que guarda el eco de sus pasos, de su risa, de su voz, en la tumba que guarda sus restos, en el aire del pueblo, en el abrazo confortante de los hermanos, porque el amor de una madre nada ni nadie lo puede reemplazar, ni tampoco es factible de olvidar.
Cada palabra iba tomando vida en mi mente... Gracias por llevarme de nuevo a la presencia y la casa de Mamá Chino ❤️
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