La envidia y el éxito
Por Cuquis Sandoval Olivas
El bosque era el lugar ideal donde sus habitantes podían coexistir, compartir y aprender unos de otros, encontrando en la naturaleza su mayor aliada. Esta era capaz de proporcionar alimento, cobijo y una escuela abierta al aprendizaje. Sin embargo, no todo era ideal; también cohabitaban los antagónicos, aquellos que se empeñaban en mostrar el lado oscuro, buscando opacar la luz y llenar de sombras los pensamientos y acciones de los demás.
Esta constante lucha de poderes, de alguna manera, favorecía a ambos bandos. Por un lado, estaban los valores universales, esos que habían sorteado toda clase de obstáculos y seguían vigentes a pesar del tiempo. Saber que existían los contravalores mantenía a los habitantes en alerta, lo que les permitía ser más precavidos y reflexionar sobre sus acciones. Además, los llevaba a escucharse unos a otros para retroalimentarse y a buscar el ansiado equilibrio que tanta paz les proporcionaba.
Por otro lado, para los contrarios, no había momentos de sosiego ni oportunidad de entrar en una zona de confort. Su misión era, precisamente, desestabilizar, idear estrategias que cambiaran el rumbo original, sembrando sueños efímeros, quimeras, desazón e inconformidad.
Recientemente, se había efectuado una asamblea general donde, por mayoría de votos, se coronó al Éxito como el valor del mes. Este caminó entre la concurrencia, llegó hasta el estrado e inclinó su cabeza para recibir ese símbolo de grandeza. Fue invitado a pronunciar su discurso de agradecimiento y dijo:
—Compañeros, agradezco con el alma esta distinción y puedo decirles que el camino no ha sido fácil. He encontrado las espinas de las rosas mientras cumplía los objetivos trazados para alcanzar la meta. Sin embargo, al llegar ahí, me he dado cuenta de que solo es una puerta, un símbolo de transición hacia nuevas oportunidades. Ese arco permite la entrada triunfal a una bifurcación de caminos que me invitan a seguir avanzando y enfrentar nuevos retos.
Sus palabras fueron ovacionadas entre gritos y aplausos que mostraban el júbilo de la concurrencia. Estaban tan abstraídos en su contento que no percibieron que, agazapada en un rincón, estaba la Envidia. Ese sentimiento de tristeza o pesar por el bien ajeno había dibujado en su rostro un rictus de amargura e inconformidad. Sus ojos destellaban ira e impotencia mientras su pensamiento volaba con velocidad inaudita, buscando mil maneras para que el Éxito fracasara en su encomienda.
La Envidia nunca estaba conforme. Desconocía la sensación que brinda la felicidad. Si veía a un pájaro volar, deseaba sus alas; del colibrí, sus colores; del búho, su sabiduría; del águila, su visión; de la liebre, su rapidez; del ciervo, su velocidad; de la tortuga, su paciencia; del sol, su fuerza; de la luna, su belleza; de Éxito, su corona y el reconocimiento de sus compañeros. La lista de atributos que deseaba era interminable.
Fue en ese momento cuando decidió que nadie podía ganarle. Debía empezar a trabajar en sí misma con más ahínco para sobresalir en todo lo que emprendiera.
La Prudencia, al percatarse de su presencia, notó que la sombra que emanaba crecía rápidamente, tratando de apoderarse de la conciencia de los demás. Entonces emitió una alerta, tomó el micrófono y dijo:
—Recuerden que existe la ambivalencia. Reconocemos ambos lados por su proyección. No permitan que las sombras superen a las luces. Debemos seguir unidos porque es la mejor forma de prevalecer, transformar los impulsos en sueños alcanzables y estar abiertos para aprender de los demás.
Este texto muestra a la Envidia como una emoción perjudicial, pero que, al mismo tiempo, puede convertirse en una fuerza motivadora para el constante mejoramiento personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido a mi blog, no te retires sin dejar tus comentarios.