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lunes, 1 de enero de 2024

Te he visitado en sueños






Antes de posar mis dedos sobre el teclado de la computadora, las ideas y pensamientos bullen en forma de torbellino, tratan de encontrar las palabras precisas que capten el mensaje envuelto en emociones y sentimientos de quien las comunica. Se hace necesario un devenir de ejercicios, calmar el alma, retomar y volver a empezar. En esos albores, recordé esta frase, no así su autoría, pero dado el tema a abordar, la cito como preámbulo: 

 

… La máquina del tiempo, que no deja de rotar sus ejes para que podamos avanzar en la rúa que la vida nos asignó al nacer, y que poco a poco la vamos sembrando de alegrías, triunfos, tristezas, derrotas…

 

    Se dice que el tiempo es relativo; sin embargo, deja sentir su presencia y su paso. Los seres humanos tenemos la tendencia de marcarlo en un calendario, asignándole días específicos a los eventos y circunstancias de distinta índole que van  trastocando nuestra vida.  Entre los más importantes se destacan los que marcan el inicio y el final de nuestra existencia. 

 

    Recurrimos a la memoria, tratando de rescatar el máximo de recuerdos, al diálogo, a la palabra escrita, para dejar huella imborrable que pueda ser transitada y leída por otras generaciones, tratando de postergar el olvido que seremos.  
     
    Un día como hoy, 29 de diciembre, el sol se ocultó en el firmamento, dejó de alumbrar y dar calor y color a ese soplo de vida que sostenía el pequeño cuerpo enfermo de Odetthe Griseld Martínez Pérez. Nubes oscuras, con un tinte grisáceo,  poblaron el horizonte, hasta desbordarse en torrentes de lágrimas; la tristeza y el dolor nublaron los corazones de la familia, y ella, se dispuso a emprender  ese viaje sin retorno. 

     

    Con ella vivimos un duelo anticipado por dos largos años, que nos llevó a reconocer los umbrales del dolor, a la pérdida de la salud, a clamar por la benevolencia de ese ser supremo, que al no darle la sanación, la quitara de tanto sufrimiento. El cáncer ganó la partida, aun con todos los soldados luchando en la batalla, no fue posible combatirlo y fue necesario entregarla y ayudarle a despedirse de este plano terrenal.

 

El reloj ha seguido su marcha inexorable, a veces avanzando a paso lento, otras, como si tuviera prisa; para ella, el tiempo se detuvo, congeló su imagen, se quedó estancada en su décimo cumpleaños, y aunque han transcurrido  doce años desde entonces, es imposible visualizarla de otra manera, solo el  pretérito imperfecto del verbo haber nos presenta un futuro posible que nunca llegó a concretizarse.

 

Hoy, celebramos su vida, volvemos a relatar su historia, a evocar los momentos en que fuimos bendecidas con su presencia, a mirar fotografías y rescatar esos recuerdos que son el vínculo permisivo para que siga viviendo en nuestro pensamiento y corazón.  

 

    Su ausencia es una herida punzante, que aunque parezca haber cicatrizado, suele abrirse al solo mencionar su nombre, sin embargo, hemos aprendido a través del tiempo, que escribir sobre su vida y muerte nos ayuda a verbalizar el duelo para liberarlo de nuestro interior; ya que estas descripciones discursivas nos ayudan a decodificar mensajes mediante la interpretación simbólica, convirtiéndose en  bálsamos atenuantes,  puentes que ayudan a salir de esas arenas movedizas de dolor, aflicción y coraje, porque al sabernos y reconocernos humanos, entendemos que la muerte es nuestra eterna acompañante y suele llegar en los momentos y formas más inesperadas.  

 



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