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La vida y
la muerte
México es un país multicultural, rico en diversidad
geográfica, en sus etnias, en la prevalencia y rescate de sus tradiciones
ancestrales, que son una mezcla de las culturas prehispánicas y de algunos
elementos que al paso del tiempo se les han ido incorporando.
Las tradiciones se mantienen vivas
porque la gente las sigue practicando y las nuevas generaciones las van
incorporando a su ser y hacer; tal es el caso del culto que se rinde a la
muerte, como un homenaje especial a los seres queridos que ya no están en esta
esfera terrenal, pero siguen viviendo en el recuerdo y corazones de quienes
quedamos en el mundo.
Cada estado de la república mexicana, utiliza un sinfín
de recursos ornamentales que se destacan por su brillo multicolor, para adornar
sus calles, sus edificios y los cementerios, que generalmente son puntos de
encuentro con la tristeza y dolor por la ausencia y apego que experimentamos
con las personas que amamos; pero en estos días de jolgorio, se engalanan con los colores, flores y
ornamentos que brindan un toque distintivo de unión familiar, porque al
celebrar la muerte, se conmemora la vida, se honra su recuerdo y se traen a
colación eventos, anécdotas y episodios
vividos; se escuchan los acordes musicales que se mezclan con oraciones
y alabanzas; se comparte el pan, el diálogo, la avenencia, se privilegia el
orden y limpieza del lugar, para que en ese día tan especial, el alma de
nuestros difuntos se sienta acompañada,
con el abrazo del amor que venera su memoria, donde vivos y muertos nos podemos
reencontrar en una dimensión que nos permite convivir.
Las escuelas como espacios formadores, se encargan de
poner en práctica esta tradición, montando altares de muertos, en salones,
canchas, o espacios designados para que la comunidad educativa se involucre;
las flores de cempasúchil brindan ese colorido aromático que impregna el
ambiente y cuya función es guiar las almas hacia los altares a través de los
siete niveles, que simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo; los elementos indispensables están a la
vista, como son: el agua, las velas o cirios, el incienso, la nube y alhelí
(planta), arco de flores y frutas, cruz, pan, petate, fotografías de los
difuntos, comida tradicional, izcuintle (en el caso de las almas de niños que
simboliza el perro que les ayuda a cruzar el caudaloso río de Chiconahuapán),
sal, papel picado y calaveritas de
azúcar.
Además de esta tradición, los desfiles de catrines y
catrinas se han convertido en toda una tradición, representando un símbolo de
muerte, pero también hacen alusión a una sátira social que se implementó
durante el porfiriato para protestar en contra de las condiciones económicas
del país y las diferencias sociales prevalecientes.
Hay concursos, tanto de altares como de catrinas; los
medios de comunicación se encargan de hacer la difusión pertinente. En últimas
fechas, se han agregado otros componentes a la celebración, como el caso de
nuestra ciudad, que tiene a bien organizar el evento anual de “Platicando con
los muertos”, donde se hace gala por medio de la personificación y erudición de
la vida de algunos personajes, cuyos restos descansan en el panteón de Dolores,
rescatando historias, leyendas y anécdotas que el público en general tiene a
bien conocer.
Y como todo en la vida, esta sigue su curso, las visitas
a los panteones van mermando, pero permanecen los arreglos hechos en cada
tumba, que brindan un espectáculo del amor y atención profesada a esa persona
en especial.
Reconocemos que somos viajeros en el
tiempo y nuestro destino final es el mismo. Cierro con una frase de Norman
Cousins (1915-1990): “La muerte no es la
mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros
mientras vivimos”.
Maestra María del Refugio Sandoval Olivas
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