Niñez, primera etapa comprendida del nacimiento a los
cinco años, misma que solo tengo destellos de recuerdos fugaces, como si la
memoria se hubiese encargado de tomar fotografías instantáneas que fueron
almacenándose en el cerebro.
Dentro de esa memoria episódica, vienen a mi mente,
nuestra vida en el pueblo, mamá lavaba ropa en el río, mis hermanos y yo,
ayudábamos a juntar leña para hervir la ropa, tendíamos en los alambres de púas
que separaban las labores, yo ayudaba a lavar calcetines, pañuelos o prendas
chicas; a veces, jugábamos a hacer corralitos y las piedras se convertían en
los principales personajes; otras trepábamos a los árboles o simplemente nos
bañábamos en las aguas del río. Mi hermano Raúl, posee una hermosa voz y aunque
no le gustaba cantar en público, ambos entonábamos alegres melodías, gozando
inmensamente esos aires de libertad. Cuando nos daba hambre, mamá llevaba café
de olla en botellas de coca cola, tapada con un olote, las ponía cerca de la
lumbre para que no perdieran su calor, además de gorditas rellenas de frijoles
y galletas de animalitos. Por lo que esos días de trabajo para ella, para
nosotros se convertían en días de campo y de contacto con la naturaleza.
La magia del encuentro con las letras fue también un juego,
“ese oso se asea” así se asea ese oso”, ir trazando las letras a la par que las
repetía e ir formando el concepto del significado de cada una de estas en mi
cabeza. Al mismo tiempo, descubrí el mundo de los números, contando en voz
alta, escribiendo su forma numeral y posteriormente con las operaciones
aritméticas.
Descubrí el placer de la lectura en 2º de primaria, la
directora nos leyó “Alicia en el país de las maravillas”, al empezar su
narrativa, mi imaginación daba vida a cada una de las hazañas, podía imaginarme
escenarios desconocidos y cuando aparecían palabras desconocidas, la apuntaba
para luego preguntarlas. Además, el libro de lecturas traía imágenes preciosas,
lecciones, poemas y canciones. “Una rata vieja que era planchadora, por
planchar su falda se planchó la cola…” Conseguía los comics de “Archi”, “La
pequeña Lulú”, “Kalimán”. En 6º,
conseguía prestada la revista de “Selecciones”.
Cada día, hacía mis deberes, para enseguida, reunirme con
las amigas del barrio a pasar horas jugando. Reproducíamos
situaciones diarias, como el bautizar los muñecos, el celebrar sus cumpleaños,
el casamiento, nacimientos e incluso la muerte.
Mi primera muñeca fue de trapo, elaborada por una ancianita
a quien hacía compañía, después, me enseñó a hacerlas, por lo que pronto tuve
la familia completa. Amueblábamos nuestro hogar, utilizando cajas, botes,
pedazos de garra e incluso aprendimos a confeccionar muebles con las fichas de
los refrescos, que aplanábamos con una piedra, las doblábamos e íbamos insertando
una con otra, hasta obtener el diseño esperado.
Después, fueron las muñecas de papel, tenía varios
cambios de ropa para cada una, venían en láminas completas, había que cortarlas
y pegarlas sobre cartón para mayor durabilidad.
Nuestra imaginación no conocía límites, lo mismo
representábamos alguna artista de fotonovela, un cantante que escuchábamos en
la radio, o situaciones ficticias que nos llevaban a vivir momentos de
felicidad.
Los juegos en la calle eran parte de nuestro vivir,
jugábamos a la roña, encantados, estatuas de marfil, lazo, liguero, matatenas,
a formar carros con las llantas viejas, a las escondidas, bote volado, a la
escuelita, y el tiempo volaba en ese mundo lleno de imaginación y creatividad.
Sírvase este espacio, para hacer patente cómo vivimos la
niñez en la década de los 60. Indudablemente, el cambio es inherente, la niñez
actual tiene otras formas de divertirse.
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