Existo, luego
pienso
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de
formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
Jorge Luis Borges
Hablando metafóricamente, entendemos que a nuestra llegada al mundo se nos
otorga un libro con las páginas en blanco, mismo que será utilizado tan pronto
se desarrolle el hipotálamo y el lenguaje juegue un papel preponderante en la
instalación de la memoria y el recuerdo.
Los eventos entre más significativos y profundos, se dice que permanecen
como memoria episódica, otros, se van reinstalando por medio del diálogo,
cuando nuestra madre o familia cercana nos hace partícipes de esos sucesos, donde
la imaginación como receptor juega un papel preponderante, así como la relación
con los conceptos conocidos.
Cada 365 días agregamos un año más a la cuenta o restamos uno a la línea
finita de vida; damos vuelta a la página donde escribimos ese libro personal
que involucra además a las personas y contexto con el que convivimos y nos
desarrollamos.
En la medida que ganamos años, nos damos cuenta de la fugacidad del tiempo,
del cambio vertiginoso de las estaciones y de la poda que hace nuestro cerebro,
perdiendo miles de recuerdos.
Hay eventos que van quedando difusos, con huella superficial que no permiten
la sinopsis, otros, utilizan tinta tan endeble que resurgen como instantáneas
que van tomando forma y color; pero, requieren el ojo introspectivo que acomoda
los fragmentos hasta convertirlos en una secuencia de datos e imágenes que
encuentran significado en el devenir del tiempo.
No se trata de la precisión de esos recuerdos, sino el saber que están ahí
a nuestra disposición, porque estos, nos conectan con la otredad y le dan
sentido a nuestra esencia y vivir.
Esa relación de las emociones nos permite coexistir, compartir y entender a
los demás, es por esto que nos congratulamos con la dicha y logros ajenos, nos
afligimos con sus tristezas y desarrollamos la empatía y solidaridad hacia los
demás.
El ser humano ha tenido una evolución sorprendente, el conocimiento avanza
a pasos agigantados y mucho de lo que era un enigma, como el estudio del
cerebro, hoy se presenta como un abanico de descubrimientos y oportunidades; la
ciencia se basa en la observación y respuesta a las preguntas, pero en la
medida que avanza, nuevas interrogantes van llenando los espacios, abriendo
nuevas aristas.
Para entender al mundo, es necesario acercarse al conocimiento y comprensión
de la historia, situarse en los contextos descritos y tratar de buscar
explicaciones lógicas a los acontecimientos. El libro de mamá, fue trasmitido
de forma oral, en esas largas noches de arrullo maternal, se vertían las
confidencias, recuerdos de su infancia, juventud y madurez, que nos permitieron
como familia, ir reconstruyendo sus retazos de vida, conocer a su padre y otras
personas con las que no coincidimos en el mundo terrenal, y, sobre todo, ahora
que ella no está, esas memorias son el andamio seguro donde transitan nuestros
recuerdos para no permitir que su imagen se diluya.
Como escritora de este libro que se me confirió como regalo de nacimiento,
estoy consciente que se convertirá en una herencia que será leída e interpretada
por otras generaciones; siento el deber moral de describir con lujo de detalles
lo que estoy experimentando, los avances y retrocesos que observo, el mundo
circundante a mi alrededor y las múltiples oportunidades que poseo, de utilizar
la narrativa para incidir y dejar mi legado en la memoria colectiva.
A más años, más prisa de aprisionar el recuerdo, de sentar las bases y
plataformas de mi existir, alimentar el intelecto, para no permitir que las
nubes del olvido se instalen en este cerebro mío. Bien lo dijo Oscar Wilde, “Si
nunca se habla de una cosa o persona, es como si nunca hubiese sucedido”.
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