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jueves, 16 de diciembre de 2021

Migración


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La historia de la humanidad es un recuento de migraciones, peleas, líderes que han incitado a buscar y alcanzar una vida más plena de superación y supervivencia. Los límites territoriales son producto de esas luchas; las fronteras, líneas divisorias que marcan formas de vida, lenguaje y moneda circulante, separan familias e imponen leyes sobre su abordaje y traspaso.

Las fronteras del norte de México tienen características y procesos sociales, culturales, religiosos y económicos muy peculiares y distintos al resto del país. La historia registra su nacimiento desde la pérdida de la guerra frente a Estados Unidos y casi la mitad del territorio mexicano en 1850. Ellas son fronteras que se han ido aglomerando y creciendo desenfrenadamente por la migración: por ser el trampolín al país de los sueños y la oportunidad de trabajo que ofrecen las maquilas, fábricas e industrias. Son itinerantes y tienen población flotante; puerta de mexicanos, latinoamericanos y asiáticos que, al carecer de papeles migratorios, las hacen su hogar provisional o permanente. 

Su ubicación geográfica también ha sido utilizada para fines delictivos: narcotráfico, tráfico de infantes, de órganos, trata de blancas, fosas clandestinas, prostitución, abandono y maltrato infantil, indigentes, proliferación de pandilleros y bandas delictivas, asentamientos humanos, hacinamiento, etc., siendo Ciudad Juárez la frontera que más violencia y feminicidio ha registrado desde 1993. Estos flujos exigen cambios en toda la composición e infraestructura de los lugares que los reciben, ya que cuando crecen repentinamente carecen de servicios indispensables como sistemas de salud, agua, drenaje, luz, medios de transporte y espacios educativos y recreativos.

A mayor distancia que recorren los emigrantes, mayores obstáculos y sufrimientos se encuentran en el camino. Tal es el caso de la población que migra de Centroamérica hacia EUA. Aunque sean diferentes los motivos que les impulsan, un factor común es que buscan nuevas oportunidades de empleo y mejores condiciones de vida que no hallan en su país de origen.

La migración es uno de los fenómenos más recurrentes y está afectando la gran mayoría de los continentes, ya sea por guerras, conflictos políticos y armados, ideologías religiosas, hambrunas, entre otras, separando familias y propiciando tristes desenlaces. Para muestra, basta retratar el flujo migratorio que se presenta en las fronteras cercanas a México y Centroamérica.

Los venezolanos huyen por crisis de alimentos, medicamentos e inflación; hondureños y mexicanos, pobreza extrema o violencia; guatemaltecos, a causa de conflictos armados internos y problemas políticos. Los migrantes pagan por traslados, coyotes o polleros; caminan días, semanas y hasta meses, sorteando peligros propios de la naturaleza, como picaduras de animales, ríos con corrientes profundas y los que el hombre ha instituido sintiéndose dueño de un territorio: “Maras” o “Zetas”, bandas delictivas que los hacen sujetos a violaciones, extorsiones, explotación laboral y sexual, tortura, pisoteando sus derechos humanos o arrebatándoles la vida.

“La Bestia”, medio de transporte sobre rieles utilizado en este caso no por elección, sino por necesidad, sale de Arriaga Chiapas, cuya frontera colinda con Guatemala, y se convierte en el centro de concentración de ríos de gente desesperada por encontrar una nueva forma de vida. Cuando se empiezan a enganchar vagones, aparece una nube humana ansiosa de ganar un lugar en el techo, lo mismo corren jóvenes que niños, madres de familia con sus bebés en brazos en la búsqueda de ese espacio que les transportará a la frontera. El tren recorre de Sur a Norte el país, no de un solo tramo, sino que hace cambios en distintas ciudades, por lo que los migrantes deben descender y volver a subir a otros vagones. La ruta Atlántico llega a Estados Unidos. Este recorrido es conocido como “ruta del infierno” o “ruta de la muerte”, por los múltiples accidentes y atropellos contra la dignidad humana que ahí se viven. “La Bestia” es visualizada por los migrantes como una luz de esperanza, solo que, al omitir el pago del pasaje, se pone en riesgo lo más grande que posee el ser humano: la vida misma. Su abordaje se hace cuando el tren está en movimiento. Desesperados, buscan alguna escalerilla para asirse y sostener su peso. Por días soportan las inclemencias del tiempo, el hambre y sus vidas están constantemente expuestas. Hay reportes que evidencian el abordaje de mil quinientas personas de todas las edades –algunos no logran subir, las ruedas del tren se encargan de mutilar algún miembro de su cuerpo o en el último de los casos, de poner fin a su existencia–. Ellos dicen que este pasaje por México es como un cementerio sin cruces, por la cantidad de vidas que se pierden en el intento.

Uno de los eventos más dramáticos es referente a los niños que viajan solos. Son la población más vulnerable y al carecer de protección, son carnada fácil de pandillas, enfermedades, peligros y vejaciones.

En 2014, Estados Unidos enfrentó una de las peores crisis humanitarias en cuanto a niños migrantes.  Infantes que quedan en el limbo mientras se define su situación migratoria o que son devueltos a su país de origen.

El mundo está en constante desarrollo y evolución. Desafortunadamente, la violencia, injusticia, hambruna, falta de oportunidades y protección a los derechos elementales del hombre sigue imperando en el globo terráqueo, basta mencionar los últimos sucesos que al respecto se han presentado en Siria, Sudán del Sur, Afganistán, Somalia, entre otros. 

Cuando el miedo y desesperanza azota a la población, se buscan desesperadamente puertas de salida, aunque estas conlleven riesgos e infortunios latentes. Entonces las fronteras se reconocen como barreras, con separadores que aniquilan la dignidad; en rutas y senderos que van incrementando el peligro al intentar sondearlas y en plataformas para los oportunistas que se congratulan y enriquecen ante el infortunio de sus semejantes.

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