Mensaje
navideño
Escuchemos, hay ángeles a nuestro alrededor, basta concentrarse,
sumirse en el silencio y empiezan a brotar las voces; se perciben claras
diáfanas y transparentes, sin necesidad de buscar códigos que interpreten los
mensajes escondidos, porque brotan de las entrañas, de la conciencia interior
de cada individuo, que particularmente en estas fechas, va despojándose de los
antivalores que fueron ganando terreno durante los días con que cuenta el año;
fueron gestándose en la sociedad y permearon en la colectividad e individualidad;
quizá, producto del estrés, del encarecimiento de la vida, de la violencia y de
las múltiples problemáticas que nos aquejan en la cotidianidad; pero, el mes de
diciembre se asocia con el renacimiento, con olvidar los sinsabores y enfocar
la vista y acciones en lo que podamos
cambiar, en atrapar los sueños de
ese yo interior, ese niño que aún mora en cada persona con la inocencia
propia de la edad, el brillo de la bondad y el color de la esperanza dibujado
en su mirar.
Atendamos el repiquetear de campanas, el constante toque que llega
a nuestros oídos, en búsqueda de captar y atrapar nuestra atención, porque
tienen una relación directa con el llamado a un tiempo de gozo; repican para
ahuyentar los malos pensamientos, las acciones indebidas, para despertar la
conciencia aletargada por el ruido y velocidad del mundo actual.
Agucemos el oído a través de la música, porque esta se transforma
en complemento de alegría y jolgorio navideño; el ritmo, cadencia y armonía
penetra a las fibras más íntimas del ser, llegando hasta las emociones somnolientas;
hacen patente su sentir y se expresan por medio de coros y estribillos
populares.
Oigamos el sonido del silencio, permitámosle tomar el
protagonismo en el ruidoso ajetreo de la vida; prevaleciendo el diálogo consigo
mismo, el perdón, la conciliación, el tiempo de orar y reconstruir relaciones,
descargar las tormentas que nos aquejan y convertirlas en suaves arroyos que
lavan y hacen visibles las ilusiones y esperanzas.
Sintamos desde lo más profundo de nuestro corazón, a esos seres
amados que partieron de este mundo terrenal, no como un hueco imposible de
llenar o una ausencia que incentiva la tristeza, desazón e infortunio de
pérdida, sino como un raudal de recuerdos y memorias compartidas que se tejieron
mientras se gozó de su presencia, ensalzando esos instantes que deben
prevalecer en las memorias de las nuevas generaciones, ya que su recuerdo, es
el único vínculo posible de reconocimiento y unión entre ellos.
Practiquemos la conjugación y puesta en práctica de los verbos, porque
estos, de acuerdo a la gramática, son los que dan pauta a la existencia. Dar amor a manos llenas, o como
aseveró la madre Teresa de Calcuta, dar
hasta que duela; ayudar a quien
menos tiene, gozar de la presencia
de familiares, amigos y conocidos que nos acompañan en este caminar; disfrutar la comida que llevemos a la
mesa, prodigar palabras de aliento y
el mensaje de paz; agradecer por
quienes somos y lo que poseemos, acrecentar
la fe, porque es el alimento del espíritu, reír,
creer y soñar, porque como dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges, al
reconocer nuestra existencia efímera y fugaz:” Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro
deber es edificar, como si fuera piedra la arena”.
Amables
lectores, les deseo un cúmulo de bendiciones, una cascada de parabienes, salud,
amor y paz.
Bellísimo! Gracias!
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