Escribiendo
y describiendo emociones
“No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con
ellas”.
Jorge Bucay
Uno de los principales elementos de quien gusta escribir,
es precisamente la observación, ya que esta alude a mirar algo con atención y
detenimiento; permite abrir los canales
de percepción, agudizar los sentidos para condescender el paso de lo
invisible; buscar los conceptos e
imágenes que lleven a las palabras precisas para describir, narrar o argumentar;
plantear las bases, la conexión de ideas, los nexos que van hilando la historia
a contar, para finalmente, cual pesador en la mar, lanzar el anzuelo, en espera
de que algún lector se enganche con su contenido, le atrape y pueda llevar el
texto no solo para beneficio o recreación propia, sino que lo comparta, lo
comente, lo enriquezcan, asintiendo o
discrepando con las ideas propuestas, fortaleciendo con esto, el proceso de
comunicación, misma, que se convierte en premisa básica del escritor, porque se busca
interactuar y establecer un diálogo por
medio del texto.
La mirada tiene saltos cuánticos, tan pronto se centra en
el pasado, en resaltar personajes, en eventos reales y ficticios, en el
abordaje de distintos géneros literarios, pero, sobre todo, en la expresión y
descripción de las emociones; ya que estas nos acompañan desde siempre, las hay
innatas como secundarias, en la medida que aprendemos a conocerlas y
dominarlas, vamos generando y expresando sentimientos. La educación
socioemocional se reconoce como prioritaria y fundamental en todos los
contextos donde hay convivencia y desarrollo.
Entonces, la conexión con ambas palabras clave: escritor
y emociones, es fundamental, ya que quien escribe, vislumbra un alumbramiento
de conciencia que le permite discernir, extraer y poner en la mesa ese banquete
de ideas y propuestas, preparado y sazonado especialmente para los posibles
lectores; respecto a la vinculación con las emociones, se entienden como
pensamientos, sentimientos, percepciones e incluso, expresiones corporales y
faciales.
Vaya pues una somera descripción de un viaje familiar reciente
con destino a la sierra tarahumara: Guachochi, «lugar de garzas», ciudad que
fue mi hogar por dos años y que he tenido la suerte de visitar en varias
ocasiones; pero hoy, fue una experiencia diferente, un gozo experimentado desde
la planeación, preparación, trayecto y llegada; una recreación de los sentidos
por el magnífico paisaje presentado por la naturaleza, donde el color, la
forma, el ritmo, cadencia y armonía, se vistieron de gala para este festín de
los sentidos.
La conjugación de elementos centrales, permitió el diseño
de un cuadro perfecto para el más exigente pintor. Los cerros, lomas,
sembradíos, campos, ríos y arroyuelos, cascadas y barrancas, ejecutaron la
danza de la vida; la construcción y ubicación de las casas, cabañas, el humo en
espiral que sale de sus techos y trata de alcanzar las nubes; el trato
inigualable de los lugareños, hizo que sintiéramos esa cálida bienvenida, así
como el acogimiento de sentirte parte de esa belleza natural.
Un viaje así, vitamina alma, espíritu
y cuerpo; el olor a tierra mojada, el clima húmedo y fresco, el canto
intermitente del agua que cae escurriendo entre las rocas, la vegetación en
flor, los atardeceres teñidos de colores, los amaneceres, que son un canto a la
vida y al agradecimiento, el murmullo de las gotas o torrentes de agua que caen
intempestivamente; todo se conjuga para proporcionar bienestar, regocijo y
encuentro con la autocomplacencia. Estas emociones experimentadas, permiten una
forma de comprender al mundo, obligando la expansión de la mirada a ir más allá
de lo apreciable, a reconocer una nueva forma de comunicarse con el entorno,
consigo mismo y con los otros.
Disfrutemos pues este viaje itinerante que día a día
tenemos la suerte de gozar, ensanchemos y agudicemos nuestros sentidos,
nuestras emociones, ya que estas son formas de sentir y de pensar para
estructurar acciones.
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