Me
reconozco mujer
Este escrito lleva la intención de abrir una ventana
introspectiva y reflexiva, cuya mirada permita reconocer la importancia del
tema a tratar; al rescatar momentos históricos, es necesario escudriñar con
lentes de género, esos, que permiten la
visibilidad de ver, observar y precisar lo invisible; de despertar y entablar
un diálogo con la conciencia individual
y colectiva propiciando el empoderamiento de conocer hechos, causas y
circunstancias, para luego encontrarles un significado contextual.
La discriminación y violencia en contra de las mujeres ha
utilizado distintas vestiduras. En pleno siglo XXI, en algunos países sigue
imperando la más cruel y desgarradora inequidad e injusticia en su contra. ¡Ni
una más! Dijeron en Ciudad Juárez, y día a día aumenta la cuenta. Es foco de
atención mundial, pero sigue imperando la impunidad, miedo y desconfianza ante
la atención a la problemática presentada.
Mujeres de la etnia tarahumara, quienes además del gran
rezago cultural, político, social y educativo en el que viven, suman a sus
circunstancias de vida, el traer niños al mundo a edad muy joven, el ser
víctimas de incesto por sus propios padres, sufrir atropellos, discriminación e
injusticias por sus empleadores.
Mujeres que no están insertas en el sector laboral y el
hecho de estar en casa atendiendo a su familia, no es visto como un trabajo
digno y representativo. En otro extremo, esas mujeres que forman familias
monoparentales, con toda la responsabilidad de sostener, cuidar y proporcionar
lo necesario para el sostenimiento familiar.
Para ti mujer, que eres dadora de vida, tu cuerpo está
diseñado para crear, alimentar y ser fuente inagotable de amor. No permitas que
nadie mancille tu esencia, aprende a valorarte, a conocerte, a beber de la
fuente del conocimiento para que tu brillo invite a los demás a resplandecer
por sí mismos; a caminar por el sendero de la paz, de la abundancia de bienes
que empiezan precisamente por la aceptación y reconocimiento como individuo. No
somos islas en el océano de la vida, requerimos muelles, faros, llegar a tierra
firme y expandir nuestra visión por el horizonte.
Dentro de los círculos concéntricos en que nos
desarrollamos, somos únicas, fuertes, indivisibles; nadie tiene porque domarnos
o domesticarnos; somos libres de pensamiento y de acción sin que, por ello,
trastoquemos o lastimemos la libertad del otro.
Debemos levantar la asta de la bandera de género, ¡no más
niñas en la calle! ¡No más mujeres vendiendo su cuerpo! ¡No más traficantes!
¡No más hijos abandonados! ¡No más tumbas sin nombre! ¡No más huérfanos en
vida! ¡No más familias llorando la desaparición de sus hijas!
Queremos que en las marquesinas aparezca nuestro nombre:
María Lorena Ramírez, (la de pies ligeros), el ama de casa, la maestra, la
periodista, la escritora, la pintora, poeta, artista, médica, enfermera,
abogada, empleada, jornalera, modista, cocinera, ¡somos únicas!
Debemos aprender a ser como las bugambilias que florecen
y resplandecen las cuatro estaciones del año; como el desierto, que aún en su
aridez climática alberga belleza y vida. Nutrirnos de la fuerza expansiva del
universo, de los rayos solares y la calidez de la luna; cobijarnos bajo el
embrujo de las estrellas y el magnetismo de cada amanecer. Resurgir ante la
adversidad, ser más resiliente de lo que hemos podido ser; espejo donde se
refleja la familia y su célula primaria de unión.
Mujeres, extendamos nuestros brazos, unamos manos,
palabra, corazón y acción.
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