Crónica
de una pandemia
Fue un día como cualquier otro, solo que los noticieros
no dejaban un instante de propagar las nuevas que acontecían en distintas
partes del globo terráqueo. El coronavirus adquirió un boleto itinerante de
viajero por el mundo y estaba haciendo su arribo a América Latina. Los países
se encontraban expectantes, tambaleantes en todas sus estructuras conocidas.
Los asuntos que últimamente les tenían preocupados y ocupados pasaban a segundo
término. Las políticas públicas y las manifestaciones sociales derivadas de
estas, se empequeñecieron ante el monstruo gigantesco que se avecinaba.
Empezó la coordinación de esfuerzos en las distintas
ramas: gobernantes preocupados, científicos inmersos en sus investigaciones
médicas, fosas abiertas en cementerios, instalación de hospitales emergentes,
adquisición de equipamiento, nuevas disposiciones reglamentarias, cierre de
escuelas, de espacios laborales y recreativos, preparando las ciudades y sus
habitantes para la pandemia que estaba a la puerta de la entrada.
La imagen de este virus se empezó a difundir por todos
los medios, conociéndolo por su capacidad invasiva y destructiva en los
organismos, siendo su punto certero las personas avanzadas en edad y con
problemas de salud. Se cerraron las fronteras, se establecieron muros y cercos
sanitarios, sin frenar su avance.
Enemigo invisible, guerra sin cuartel, ¡amigo de la
muerte! El color rojo sigue vigente en los
mapas; cuando parece que va mermando, vuelve al ataque sin misericordia; los
puntos álgidos estadísticos al alza. La normalidad conocida quedó dormida en el
sueño de los justos. La economía a punto del declive. La saeta de la
expectativa afila su punta y dirige su mirada hacia la ciencia. Hay nuevos
héroes: El personal de salud, el arte y la literatura como estandartes de
esperanza.
Pandemia que ha traído desesperanza, momentos que la luz se
extingue ante el fulgor de la oscuridad; el conocimiento de las cosas se pierde
en el ramaje de la incomprensión y no penetra un rayo a la razón; se ensombrece
el pensamiento y caen gotas de pesadumbre en el corazón.
El equilibrio permite el balance de pensamientos y
emociones, se encuentra tambaleante e incierto; hábitos y rutinas cual preámbulo
a la fijación de conductas han sido modificados; la relación con la otredad es
una amenaza; la fragilidad entre salud y enfermedad pende de un hilo; el miedo
a la muerte es más intenso que nunca; hay reconocimiento de la vulnerabilidad; con
miedo de perder a los seres queridos o extraviarse en las brumas del olvido.
Las noches son el preludio de insomnio y pesadillas. El
miedo se apodera del cuerpo, de los huesos, con la expectación al escuchar los
ruidos y respuestas del cuerpo.
Los días tienen un flujo diferente, estático, con una
dimensión de pesadumbre y expectación. Las celebraciones familiares y
culturales se rigen por la frialdad de las cámaras; las interacciones se
posesionan de la imagen, la palabra, pero falta el calor y la emoción de la
cercanía.
La profusión del canto de los pájaros llega nítida a la
conciencia; los sentidos se han enaltecido, el espíritu se encuentra
expectante, despierto, para gozar el instante y aprisionar el momento vivido.
El aire circundante se convierte en cómplice del ayer, trayendo
el baúl de los recuerdos, las sombras de los muertos, las risas, y
socialización con la gente; hay un río cubierto de lágrimas que baña a los
muertos y a los vivos.
La evitación constante se ha convertido en cómplice, huir
de noticieros, tratar de esconderse en las sombras de la ignorancia, para
evitar el horror, incertidumbre y desazón que causa este infortunio.
Los planes se han aplazado, todo ha quedado estático,
suspendido, ocultando el rostro, alejándose de hábitos y rutinas, quedando en
el limbo.
No es posible acompañar en su pesar a amigos que despiden
a sus seres queridos, por miedo del roce con ese monstruo invisible.
Grandes pérdidas se están enfrentando, hay inmensos
desafíos; el primero es sobrevivir y no enfermar, conservar el empleo, que el
sueldo alcance, que la violencia frene y la corrupción se acabe.
Vivir sin miedos, sin incertidumbres, gozar el abrazo y
volver a experimentar sensaciones y emociones de esperanzas e ilusiones; tejer
esperanzas de volver a la normalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido a mi blog, no te retires sin dejar tus comentarios.