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martes, 4 de agosto de 2020

Revista Perro negro. Shakira y Perry pag. 86


La historia de mis perros está en esta página.








Shakira y Perry
Soy Shakira, tengo cuatro años, y de acuerdo a la tabla equivalente de vida perruna, serían 36 en el ser humano; de tal forma, que he acumulado grandes experiencias y aventuras que quiero compartir con ustedes.
Dicen los humanos que los perros visualizamos en blanco y negro, no lo sé con certeza, pero cuando veo aparecer en la puerta del patio a Cuquis y Jorge, todo mi mundo se pinta de color, experimento una serie de emociones que paso enseguida de una pasividad pasmosa al estar postrada en el piso,  a enloquecer en segundos; parece que se enciende una chispa en mí, que me da cuerda y me inyecta energía solo con su presencia;  empiezo  a correr por todo el espacio que me tienen asignado, entro al jardín, salgo por pequeños huecos que he construido entre las plantas,  brinco,  emito ladridos de júbilo, cual si quisiera expresarles el mucho amor que siento en mi corazón.
Corro a su encuentro y les abrazo con toda la efusividad posible.  Estoy un poco grande y obesa, por lo que varias veces, con mi abrazo afectuoso, Cuquis se tambalea como hoja que mece el viento, y en muchas ocasiones cae al piso. Yo pienso que está jugando, por lo que rápida y presta brinco sobre ella, lamo su rostro y manos y permito que mi cuerpo quede encima del suyo; no entiendo porque de pronto ella se enoja y empieza a gritar, sube sus manos para cubrirse el rostro y pone su cuerpo en posición fetal.
Para mí es una invitación a seguir jugando y brincando, hasta que llega Jorge en su auxilio, emite un tremendo grito y es suficiente para que yo salga corriendo lejos de su alcance. No es que me haya golpeado, simplemente es que tiene tanta determinación en su voz, que mejor corro fuera de su alcance; no así, Cuquis, que puede gritar y gritar, pero sé en el fondo que lo único que quiere es demostrarme su cariño. Estoy consciente del amor me profesan, de ser depositaria de su confianza, entender sus tristezas y alegrías, brindarles seguridad; cuando salen fuera, les extraño tanto, pero me encargo de cuidar la casa.
 Empezaré a narrarles mi historia desde el principio. Nací dentro del seno de una familia Rottweiler, mis padres parecían figuras majestuosas de cuarenta kilos que se erguían sobre nosotros para cuidarnos; con un pelaje aterciopelado   de color negro en gran parte del cuerpo, el pecho y patas caoba claro. Ambos con la cola corta, (destino que también me tocó experimentar cuando cortaron mi rabo) y una lengua larga rosada que casi siempre está por fuera de su hocico, dejando entrever unos filosos colmillos.
De pronto sentí que unas manos me arrancaban de la ubre de mamá, me encontré con unos ojos hermosos que me miraban llenos de admiración. Sus manos me acariciaban y balbuceaba muchas palabras que aún no podía entender.
Carlos, joven de veinte años llegó conmigo a casa, me presentó ante sus padres y dijo que se haría cargo de mí.   Sufrí ansiedad al desprenderme de mi familia; buscaba la seguridad de un abrazo protector, esa noche, lloré incansablemente, estaba solita, envuelta en una cobija dentro de una caja de cartón en el cuarto de lavandería. No paré de gemir lastimosamente, hasta que mi sufrimiento penetró en sus oídos y corazón y, desobedeciendo las órdenes de sus padres me llevó dentro de la recámara y me acunó en su pecho. Cuando el sol entró por la ventana, estaba tan plácidamente dormida a su lado, que solo el rugir de mis tripas me obligó a despertar. Me preparó una leche espumosa y calientita que fue un manjar para mi estómago hambriento; acto seguido, hizo un recorrido conmigo en brazos para mostrarme la casa, ¡era enorme!
Dicen que los perros reencarnan en otros, quizá sea cierto, porque todo me empezó a ser familiar, como si ya lo hubiese visto en otro tiempo. Esa sensación la sentí especialmente con los padres de Carlos, me daban tanta seguridad, que sentía me habían cuidado por siempre. La novedad de mi presencia pasó rápido para este joven. Un día, al buscar su presencia, mis ojitos vislumbraron a lo lejos una figura extraña, ¡era un cachorro! ¡Sorpresa que me llevé!, totalmente diferente a mí, no es que hubiese visto mi figura en un espejo, sino que vi a mi familia y por consiguiente supe que esa era mi apariencia.
Perry, dejó entrever una mirada temerosa, era un perrito sin raza definida, con un cuerpo alargado y patas cortas, con cara de chihuahua y de color morrón claro. No entendía el por qué se escondía de los humanos, en cuanto ellos aparecían, él corría a ocultarse entre las plantas del inmenso jardín; no se acercaba al plato de comida hasta que quedábamos solos en el patio. Teníamos la misma edad, pero obviamente yo era mucho más grande, inteligente y fuerte, por lo que desde ese momento tomé el rol de liderazgo. Primeramente, compartíamos platos de comida y lechos separados. Perry esperaba pacientemente a que yo terminara de comer, para luego hacerlo él y correr a esconderse con el rabo bajo sus patas. Cada vez que intentaban acariciarlo, huía en una carrera desenfrenada. Me fui ganando su confianza, y en la medida que me permitió estar cerca y compartir juegos, se propició el acercamiento con las personas a nuestro alrededor.
Fuimos desarrollando un vínculo indisoluble, desde entonces Perry duerme encima de mí, tenemos una increíble sincronía en todo lo que hacemos; conocemos exactamente la hora en que nos sacan a pasear, por lo que empezamos a rasgar la puerta y ladrar; apenas salimos fuera de nuestro entorno, disfrutamos enormemente corretear y asustar a los gatos.  Perry enfrenta a los perros más grandes sabiendo que estoy lista para defenderlo.  Yo he crecido alrededor de sesenta centímetros y él sigue estando pequeñito.  
A los 9 meses tuve mi primer ciclo de calor y empecé a expulsar un flujo marrón rojizo, me sentía cansada y con dolores en el cuerpo, no entendía el por qué Perry quería estar más cerca de mí. En una ocasión trajeron a casa a otro perro de mi misma raza para que me preñara y Perry sufrió tanto, no paraba de ladrar y de querer enfrentarse a ese monstruo gigantesco que le quería robar mi amor y atención. Finalmente, no permití que ese perro me montara, pero sí corrimos por todo el patio e hicimos tanto desastre que pronto lo regresaron a su hogar.
Atrás de nuestra casa, hay un enorme campo de fútbol y béisbol; el cual solamente está ocupado los fines de semana y eventualmente por algún deportista ocasional; por lo que se ha convertido en nuestro espacio de paseo y ejercitación.
En una ocasión, el perfume de mis feromonas era tan intenso, que atravesó la distancia y muros de paredes; un perro desesperado ladraba afuera de la puerta, buscaba la manera de llegar hasta mi fragancia, por lo que se atrevió a saltar la barda que nos separaba de cuatro metros de altura. Fue inútil su acto desesperado, Perry ladraba tan ferozmente que Jorge salió a revisar, corriendo al intruso a palos. A pesar de mi apariencia feroz, soy tranquila, obediente y muy juguetona, no necesito cuerda al salir a mis paseos, sin embargo, en una ocasión que Cuquis fue a caminar sin la compañía de Jorge, nos sentimos responsables de su cuidado; corríamos alegremente por la pista, cuando de pronto alcancé a ver a un hombre que se aproximó a ella, no me gustó su apariencia, y olvidando las buenas maneras de conducta y socialización que me habían inculcado, corrí y le aprisioné el muslo entre mis colmillos. No fue una mordida fuerte, solamente quería lanzar una advertencia. Fue tanta la preocupación que causó este hecho, que por varios días no salimos de paseo y los posteriores, debía ir atada al cuello con una cuerda. Debo decir que solamente Jorge es lo suficientemente fuerte para detener mi ímpetu de correr desenfrenado. Una vez que uno de sus nietos me sacó a pasear, jalé tan fuerte la cuerda que lo tiré y arrastré por el suelo.
Perry y yo, tenemos la suerte de estar con una familia que nos ama y cuida, y sabemos que cuando acaben nuestros días con este ropaje que vestimos, usaremos uno nuevo y volveremos a encontrarnos.

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