La historia de mis perros está en esta página.
Shakira y Perry
Soy Shakira, tengo cuatro años, y de acuerdo a la tabla equivalente de vida
perruna, serían 36 en el ser humano; de tal forma, que he acumulado grandes
experiencias y aventuras que quiero compartir con ustedes.
Dicen los humanos que los perros visualizamos en blanco y negro, no lo sé
con certeza, pero cuando veo aparecer en la puerta del patio a Cuquis y Jorge,
todo mi mundo se pinta de color, experimento una serie de emociones que paso
enseguida de una pasividad pasmosa al estar postrada en el piso, a enloquecer en segundos; parece que se
enciende una chispa en mí, que me da cuerda y me inyecta energía solo con su
presencia; empiezo a correr por todo el espacio que me tienen
asignado, entro al jardín, salgo por pequeños huecos que he construido entre
las plantas, brinco, emito ladridos de júbilo, cual si quisiera
expresarles el mucho amor que siento en mi corazón.
Corro a su encuentro y les abrazo con toda la efusividad posible. Estoy un poco grande y obesa, por lo que varias
veces, con mi abrazo afectuoso, Cuquis se tambalea como hoja que mece el
viento, y en muchas ocasiones cae al piso. Yo pienso que está jugando, por lo
que rápida y presta brinco sobre ella, lamo su rostro y manos y permito que mi
cuerpo quede encima del suyo; no entiendo porque de pronto ella se enoja y
empieza a gritar, sube sus manos para cubrirse el rostro y pone su cuerpo en
posición fetal.
Para mí es una invitación a seguir jugando y brincando, hasta que llega
Jorge en su auxilio, emite un tremendo grito y es suficiente para que yo salga corriendo
lejos de su alcance. No es que me haya golpeado, simplemente es que tiene tanta
determinación en su voz, que mejor corro fuera de su alcance; no así, Cuquis,
que puede gritar y gritar, pero sé en el fondo que lo único que quiere es
demostrarme su cariño. Estoy consciente del amor me profesan, de ser
depositaria de su confianza, entender sus tristezas y alegrías, brindarles
seguridad; cuando salen fuera, les extraño tanto, pero me encargo de cuidar la
casa.
Empezaré a narrarles mi historia
desde el principio. Nací dentro del seno de una familia Rottweiler, mis padres
parecían figuras majestuosas de cuarenta kilos que se erguían sobre nosotros
para cuidarnos; con un pelaje aterciopelado
de color negro en gran parte del cuerpo, el pecho y patas caoba claro. Ambos
con la cola corta, (destino que también me tocó experimentar cuando cortaron mi
rabo) y una lengua larga rosada que casi siempre está por fuera de su hocico,
dejando entrever unos filosos colmillos.
De pronto sentí que unas manos me arrancaban de la ubre de mamá, me
encontré con unos ojos hermosos que me miraban llenos de admiración. Sus manos
me acariciaban y balbuceaba muchas palabras que aún no podía entender.
Carlos, joven de veinte años llegó conmigo a casa, me presentó ante sus
padres y dijo que se haría cargo de mí. Sufrí ansiedad al desprenderme de mi familia;
buscaba la seguridad de un abrazo protector, esa noche, lloré incansablemente,
estaba solita, envuelta en una cobija dentro de una caja de cartón en el cuarto
de lavandería. No paré de gemir lastimosamente, hasta que mi sufrimiento
penetró en sus oídos y corazón y, desobedeciendo las órdenes de sus padres me
llevó dentro de la recámara y me acunó en su pecho. Cuando el sol entró por la
ventana, estaba tan plácidamente dormida a su lado, que solo el rugir de mis
tripas me obligó a despertar. Me preparó una leche espumosa y calientita que
fue un manjar para mi estómago hambriento; acto seguido, hizo un recorrido
conmigo en brazos para mostrarme la casa, ¡era enorme!
Dicen que los perros reencarnan en otros, quizá sea cierto, porque todo me
empezó a ser familiar, como si ya lo hubiese visto en otro tiempo. Esa
sensación la sentí especialmente con los padres de Carlos, me daban tanta seguridad,
que sentía me habían cuidado por siempre. La novedad de mi presencia pasó
rápido para este joven. Un día, al buscar su presencia, mis ojitos vislumbraron
a lo lejos una figura extraña, ¡era un cachorro! ¡Sorpresa que me llevé!, totalmente
diferente a mí, no es que hubiese visto mi figura en un espejo, sino que vi a
mi familia y por consiguiente supe que esa era mi apariencia.
Perry, dejó entrever una mirada temerosa, era un perrito sin raza definida,
con un cuerpo alargado y patas cortas, con cara de chihuahua y de color morrón
claro. No entendía el por qué se escondía de los humanos, en cuanto ellos
aparecían, él corría a ocultarse entre las plantas del inmenso jardín; no se
acercaba al plato de comida hasta que quedábamos solos en el patio. Teníamos la
misma edad, pero obviamente yo era mucho más grande, inteligente y fuerte, por
lo que desde ese momento tomé el rol de liderazgo. Primeramente, compartíamos
platos de comida y lechos separados. Perry esperaba pacientemente a que yo
terminara de comer, para luego hacerlo él y correr a esconderse con el rabo
bajo sus patas. Cada vez que intentaban acariciarlo, huía en una carrera
desenfrenada. Me fui ganando su confianza, y en la medida que me permitió estar
cerca y compartir juegos, se propició el acercamiento con las personas a
nuestro alrededor.
Fuimos desarrollando un vínculo indisoluble, desde entonces Perry duerme
encima de mí, tenemos una increíble sincronía en todo lo que hacemos; conocemos
exactamente la hora en que nos sacan a pasear, por lo que empezamos a rasgar la
puerta y ladrar; apenas salimos fuera de nuestro entorno, disfrutamos
enormemente corretear y asustar a los gatos. Perry enfrenta a los perros más grandes
sabiendo que estoy lista para defenderlo. Yo he crecido alrededor de sesenta centímetros
y él sigue estando pequeñito.
A los 9 meses tuve mi primer ciclo de calor y empecé a expulsar un flujo
marrón rojizo, me sentía cansada y con dolores en el cuerpo, no entendía el por
qué Perry quería estar más cerca de mí. En una ocasión trajeron a casa a otro
perro de mi misma raza para que me preñara y Perry sufrió tanto, no paraba de
ladrar y de querer enfrentarse a ese monstruo gigantesco que le quería robar mi
amor y atención. Finalmente, no permití que ese perro me montara, pero sí
corrimos por todo el patio e hicimos tanto desastre que pronto lo regresaron a
su hogar.
Atrás de nuestra casa, hay un enorme campo de fútbol y béisbol; el cual solamente
está ocupado los fines de semana y eventualmente por algún deportista ocasional;
por lo que se ha convertido en nuestro espacio de paseo y ejercitación.
En una ocasión, el perfume de mis feromonas era tan intenso, que atravesó
la distancia y muros de paredes; un perro desesperado ladraba afuera de la puerta,
buscaba la manera de llegar hasta mi fragancia, por lo que se atrevió a saltar
la barda que nos separaba de cuatro metros de altura. Fue inútil su acto
desesperado, Perry ladraba tan ferozmente que Jorge salió a revisar, corriendo
al intruso a palos. A pesar de mi apariencia feroz, soy tranquila, obediente y
muy juguetona, no necesito cuerda al salir a mis paseos, sin embargo, en una
ocasión que Cuquis fue a caminar sin la compañía de Jorge, nos sentimos
responsables de su cuidado; corríamos alegremente por la pista, cuando de
pronto alcancé a ver a un hombre que se aproximó a ella, no me gustó su
apariencia, y olvidando las buenas maneras de conducta y socialización que me
habían inculcado, corrí y le aprisioné el muslo entre mis colmillos. No fue una
mordida fuerte, solamente quería lanzar una advertencia. Fue tanta la
preocupación que causó este hecho, que por varios días no salimos de paseo y
los posteriores, debía ir atada al cuello con una cuerda. Debo decir que
solamente Jorge es lo suficientemente fuerte para detener mi ímpetu de correr
desenfrenado. Una vez que uno de sus nietos me sacó a pasear, jalé tan fuerte
la cuerda que lo tiré y arrastré por el suelo.
Perry y yo, tenemos la suerte de estar con una familia que nos ama y cuida,
y sabemos que cuando acaben nuestros días con este ropaje que vestimos,
usaremos uno nuevo y volveremos a encontrarnos.
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