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martes, 2 de junio de 2020

Uno de los poderes mágicos de la lectura es que proporciona una plataforma de análisis mental que permite crear puentes que interconectan con la realidad. Esta mañana al abrir mi Facebook encontré una frase: “Cuando el pescador no puede salir al mar, utiliza su tiempo reparando sus redes”. Me permití hacer una introspección profunda, porque de acuerdo a fundamentos psicológicos, debemos enfocar la atención en los eventos positivos, para buscar situaciones, causas y efectos con impacto tangible que trasciendan y lleguen a los confines del alma, permitiendo brotar luces de esperanza. Indudablemente estamos pasando por tiempos inimaginables; pudimos haber leído o escuchado de pandemias similares, pero dentro de nuestro egocentrismo y capa protectora, jamás avizoramos el vivirlas y experimentarlas de cerca; las predicciones y estimaciones estadísticas se han ido construyendo, conforme se han presentado y desarrollado los eventos en otros países; las referencias cambian y con el aumento de contagios crece la incertidumbre y desesperación. La naturaleza humana tiende a buscar explicaciones y culpabilidad de las situaciones que acontecen. Escucho en los medios masivos la cantidad de mensajes que denigran y culpan a diversos agentes por las dimensiones que esta pandemia ha alcanzado. Al inicio de la cuarentena, el miedo llegó a casa y se quedó como huésped sin invitación; de tal forma, que hemos aprendido a eludir su presencia, a escondernos cuando trata de atraparnos y de no permitirle que se apodere de pensamientos e ideas. ¿Cómo lo hemos hecho? Precisamente volviendo a la frase inicial, reparando nuestras redes para que cuando volvamos a la mar, nuestras herramientas internas y externas se hayan subsanado de tal forma que brinden la confianza y seguridad de volver a la mar. Reconozco que la lancha de cada pescador está equipada de distinta manera para enfrentar los vendavales del destino; algunos saldrán a la pesca sin más equipo que las ilusiones de tener un día próspero confiando en la benevolencia del clima y factores de riesgo; otros no tendrán la fortaleza necesaria para resistir el golpe del sol y la furia de las olas sucumbiendo en el trayecto; habrá quienes lleguen a puerto seguro sin más barreras o quien logre enfrentar y derribar los obstáculos propuestos. Aparentemente vamos solos en el camino, pero basta recordar que unas manos sembraron y cuidaron ese árbol que dio madera para la construcción de la lancha; artesanos que dieron forma y consistencia; que somos parte de un todo dentro de la inmensa familia que habita el universo. Entre salir a la mar y de arribada, nos encontramos en una pausa entre los capítulos de nuestra vida; dependemos de otros factores para nuestra supervivencia. Sin embargo, a la par, otras historias se desarrollan a lo largo, ancho, alto y profundo del lugar donde nos encontramos; solo que a nosotros no nos corresponde el vivir o contar sus historias, solo la nuestra, es de la única que tenemos plena y completa responsabilidad de rendir cuentas y tomar decisiones sobre acciones, emociones y pensamientos que generamos. Cada día, el sol prepara su aparición, al atardecer, languidece y agoniza desangrándose en el horizonte, tiñendo de rojo el crepúsculo. Tenemos la opción de deleitarnos con el espectáculo o lamentar el día transcurrido. Hay momentos que nos alcanza la miopía; ciegos ante la mirada de facetas brillantes en nuestro entorno familiar y afectivo, impidiendo la mirada sagaz de la vista panorámica y el abrazo de las bondades que el universo confabula y despliega a nuestro favor. Este mes de junio, algunas lanchas debieron zarpar a la mar, pero el peligro ¡no ha pasado! Siguen presentándose turbulencias que arrasan y destruyen. ¡Cuidémonos todos!

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