Maestra Cuquita Sandoval Olivas
Este
título proviene de una adaptación de
radionovela y nombre de una película mexicana de 1968, donde se
retrata la vida cotidiana de un hogar de
clase media con padre, madre e hijos y
el impacto y trascendencia cuando a estos últimos les crecen las alas y emprenden su
propio vuelo para construir su nido.
A
medio siglo de distancia, puedo constatar que algunas cosas nunca cambian. Simplemente
permanecen estáticas y se presentan con otro nombre, en otro tiempo y espacio.
Un
día cualquiera, cuando el silencio y la
soledad son los compañeros en
casa, salgo a regar plantas y a conversar con mis perros; cierro mis ojos y
permito que el suave vaivén del viento propague el rocío
del agua sobre el rostro; inhalo y exhalo ese dulce aroma de tierra mojada, abro
mis brazos, ¡abrazo a la vida, al
recuerdo!; dejo que mi pensamiento
viaje raudo a través del tiempo y vuelvo a percibir esa grata sensación de casa
llena; escucho ruidos, gritos, carcajadas, quejas, llantos, televisión
encendida y música a todo volumen, pasos
corriendo de un lugar a otro, puertas
que se abren y cierran con estrepitoso ruido; agua corriendo en el baño, y toda
esa mezcla de sabores, olores y sensaciones que se viven en un hogar con cinco
hijos.
Cuando
están los hijos pequeños, la casa es demasiado chica para
cubrir sus necesidades de espacio y esparcimiento; su energía y vitalidad llega
a todos los rincones; sus travesuras y constantes movimientos hacen imposible
que piso y loza permanezcan limpios; el
cesto de la ropa sucia jamás sufre de
abandono y aislamiento; la cocina no cierra en todo el día, e incluso por las
noches, se escuchan pasitos levantándose sigilosos a buscar alguna fruta o un vaso de leche
antes de dormir.
Queríamos
que nuestros brazos de padres se
multiplicaran como tentáculos, para ayudarles en todos sus deberes y
atenderles con la calidad y prontitud
necesaria que requieren los infantes.
Recuerdo
con nostalgia las miles de ocupaciones y tareas que como padres jóvenes debíamos atender; casa, familia, trabajo y escuela, pues me encontraba en constante preparación académica e ingenuamente deseaba que el tiempo volara y que pronto el
bebé se sentara, gateara, balbuceara y empezara a caminar; añoraba el tener un
tiempo para descansar, dormir una noche
plena y ver la casa en orden. En
un abrir y cerrar de ojos dejaron de ser
bebés, entraron a preescolar, después a primaria, secundaria, bachillerato y
empezaron a emigrar del hogar.
El
nido se fue quedando solo, hasta quedar
cubierto por otra generación de golondrinas, que llenaron con sus trinos
de calor y alegría.
La
vida es como una rueda, un circulo que repite historias, hoy con la calma y
experiencia de la madurez, observamos a nuestros hijos correr en esa
desenfrenada carrera por alcanzar las estrellas; y nosotros, que ya hicimos ese
recorrido; jugamos el papel de abuelos, estamos llenos de amor y nostalgia por el tiempo que se fue, por las cosas que no hicimos, por los sueños
esparcidos y hacemos lo que hicieron nuestros padres cuando nuestros pequeños convivían con ellos, tratamos de reconstruir el pasado narrando a
los nietos la historia familiar, apoyados en
los viejos álbumes de fotografías,
en los videos, ropita, recuerdos y juguetes guardados, memorias que se aglutinan
y agolpan en el pensamiento y repetimos el ciclo, les hacemos sentir la fuerza del amor que emana
desde lo más profundo del corazón; les cocinamos sus platillos favoritos y
hacemos que disfruten el venir a convivir con los abuelos; que traigan
consigo sus travesuras, sus anécdotas y nos permitan recrearnos en sus
fantasías y ser parte medular de sus
vidas.
Hermosas palabras pero muy ciertas que Dios la guarde muchos años la quiero mucho
ResponderEliminarMuchas gracias. Ampliamente correspondida.
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