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viernes, 25 de octubre de 2019

Cuando los hijos se van

Maestra Cuquita Sandoval Olivas
Este título proviene de una adaptación de  radionovela y  nombre  de una película mexicana de 1968, donde se retrata  la vida cotidiana de un hogar de clase media con padre,  madre e hijos y el impacto y trascendencia cuando a estos últimos  les crecen las alas y emprenden su propio  vuelo para construir su nido.
A medio siglo de distancia, puedo constatar que algunas cosas nunca cambian. Simplemente permanecen estáticas y se presentan con otro nombre, en otro tiempo y espacio.
Un día cualquiera, cuando el silencio y la  soledad  son los compañeros en casa, salgo a regar plantas y a conversar con mis perros; cierro mis ojos y permito que el suave vaivén del viento propague el rocío del agua sobre el rostro; inhalo y exhalo ese dulce aroma de tierra mojada, abro mis brazos,  ¡abrazo a la vida, al recuerdo!;   dejo que mi pensamiento viaje raudo a través del tiempo y vuelvo a percibir esa grata sensación de casa llena; escucho ruidos, gritos, carcajadas, quejas, llantos, televisión encendida  y música a todo volumen, pasos corriendo de un lugar a otro,  puertas que se abren y cierran con estrepitoso ruido; agua corriendo en el baño, y toda esa mezcla de sabores, olores y sensaciones que se viven en un hogar con cinco hijos.
Cuando  están los hijos  pequeños, la casa es demasiado chica para cubrir sus necesidades de espacio y esparcimiento; su energía y vitalidad llega a todos los rincones; sus travesuras y constantes movimientos hacen imposible que  piso y loza permanezcan limpios; el cesto de la ropa sucia  jamás sufre de abandono y aislamiento; la cocina no cierra en todo el día, e incluso por las noches,  se escuchan  pasitos levantándose  sigilosos a buscar alguna fruta o un vaso de leche antes de dormir.
Queríamos que nuestros brazos de padres  se multiplicaran como  tentáculos,  para ayudarles en todos sus deberes y atenderles con la calidad y prontitud  necesaria que requieren los infantes.
Recuerdo con nostalgia las miles de ocupaciones y tareas que como padres  jóvenes debíamos  atender; casa, familia, trabajo y escuela,  pues me encontraba en constante  preparación académica e ingenuamente   deseaba que el tiempo volara y que pronto el bebé se sentara, gateara, balbuceara y empezara a caminar; añoraba el tener un tiempo para descansar, dormir una noche  plena y ver la casa en orden.  En un abrir y cerrar de ojos  dejaron de ser bebés, entraron a preescolar, después a primaria, secundaria, bachillerato y empezaron a emigrar del hogar.
El nido se fue quedando solo, hasta quedar  cubierto por otra generación de golondrinas, que llenaron con sus trinos de calor y alegría.
La vida es como una rueda, un circulo que repite historias, hoy con la calma y experiencia de la madurez, observamos a nuestros hijos correr en esa desenfrenada carrera por alcanzar las estrellas; y nosotros, que ya hicimos ese recorrido;  jugamos el papel de abuelos,   estamos  llenos de amor  y nostalgia por el tiempo que se fue, por  las cosas que no hicimos, por los sueños esparcidos y hacemos lo que hicieron nuestros padres cuando nuestros  pequeños convivían con ellos,   tratamos de reconstruir el pasado narrando a los nietos la historia familiar, apoyados en   los viejos álbumes de fotografías, en los videos, ropita, recuerdos y  juguetes guardados, memorias que se aglutinan y agolpan en el pensamiento y repetimos el ciclo,  les   hacemos sentir la fuerza del amor que emana desde lo más profundo del corazón; les cocinamos sus platillos favoritos y hacemos que disfruten el venir a convivir con los abuelos;  que traigan  consigo sus travesuras, sus anécdotas y nos permitan recrearnos en sus fantasías y ser parte medular  de sus vidas.








2 comentarios:

  1. Hermosas palabras pero muy ciertas que Dios la guarde muchos años la quiero mucho

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  2. Muchas gracias. Ampliamente correspondida.

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