“Lo que ves todos los días termina pensando por ti.
Lo que escuchas con frecuencia acaba marcando tu ánimo.
Y lo que toleras sin cuestionar se vuelve normal.
El problema no es el mundo ruidoso, sino una mente sin filtros”.
Platón
Hace unos días fui invitada por mi amigo y gran escritor parralense, Federico Corral Vallejo, a presentar el primer libro del maestro Eliud Alejandro Salinas Alvarado; asentí de inmediato, primero por el honor y la confianza depositados en mi persona y, enseguida, por el amor y respeto que profeso hacia la literatura y hacia quienes ejercen este bello arte.
En primera instancia, el nombre del maestro no me resultaba familiar, por lo que procedí a buscarlo en las redes sociales, encontrando algunos ensayos, artículos y propuestas en revistas de investigación sobre diversos temas educativos, con un enfoque desde la didáctica crítica.
Procedí entonces a la lectura del texto y encontré una gran riqueza y profundidad en su contenido. Es un libro híbrido: mezcla la prosa poética, el testimonio social y el ensayo lírico, y por momentos adquiere un tinte de crónica. No busca la neutralidad ni el ornamento; es una denuncia social, un sentir y decir personal que trasciende hacia la otredad.
La obra se estructura en seis textos breves con temáticas definidas: Justicia, Violencia, Danza, TDAH, Embarazo y Parral. Aparentemente fragmentados y segregados entre sí, pero unidos por el diálogo intrínseco que cohabita entre ellos.
El título es el núcleo simbólico, porque el silencio no es ausencia de sonido; es también recurrencia, manifestación de hartazgo e inconformidad ante el olvido institucional, ante la violencia imperante y creciente, el adormecimiento de la justicia y las experiencias humanas fracturadas, el duelo prolongado de nuestra sociedad. Cada texto es una variación de ese silencio: impuesto, habitado, roto, coreografiado o resignificado.
La obra inicia con su corazón político: parte de los cuarenta y tres desaparecidos de Ayotzinapa, el 26 de septiembre de 2014, caso que a la fecha no tiene resolutivo y del cual solo se han encontrado tres cuerpos. Es una acusación directa al Estado; se sigue exigiendo verdad y justicia, aunque esta situación va en aumento, con distintos nombres, buscadores y lugares. Hay duelo inacabado, desesperación, marchas, carteles y miradas cansadas, casi sin esperanza.
La alegoría del segundo tema representa al monstruo que se está apoderando de nuestro país, su imbricación con el poder político y económico. Hay una síntesis simbólica clara: el monstruo coexiste debido a la complicidad. Es legal e ilegal a la vez.
El tercer texto alude a la Danza, como un respiro estético. Cada persona en el universo ejecuta sus propios pasos, tiene un ritmo y una armonía que la llevan a danzar, y los pies se transforman en “las alas de Dios”.
El cuarto me llegó al alma, quizá por mis nexos con el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, no solo por mi experiencia docente, sino por conocerlo de cerca. El autor menciona cómo estos niños especiales rompen olas, aludiendo a los esquemas conceptualizados dentro del orden y las estructuras preestablecidas. Muestra respeto y una empatía profunda como ser humano y como docente formador, convirtiendo la diferencia en potencia creativa.
El quinto texto lleva por título “El eco del silencio” (Embarazo). Trabaja con la tensión entre lo que crece, lo que no se nombra y lo que se espera. Hay un diálogo íntimo que expresa silencio, miedo, incertidumbre y esperanza ante el embarazo de su cónyuge.
Como colofón, en el último texto nombra a Parral, a esa ciudad que lo acogió, a ese contexto donde la historia se encarna en calles, piedras, personas y voces. Lo nombra con un tono elegíaco, donde el silencio se traduce en contemplación.
Hay libros que no se escriben para ser leídos con prisa, ni para descansar la mirada. Hay libros que se escriben porque el silencio ya no puede sostenerse solo. “De pronto el silencio” pertenece a esa estirpe de obras necesarias y profundamente humanas.
Eliud Alejandro Salinas Alvarado escribe desde una conciencia despierta y comprometida. Su palabra no pretende adornar el dolor, sino nombrarlo. Y al nombrarlo, rescata del olvido a quienes han sido convertidos en cifra, estadística o expediente. En estos textos, la literatura se convierte en acto de memoria, en espacio de resistencia y en territorio ético.
Presentar esta obra fue también asumir un compromiso: el de no permitir que el silencio se vuelva costumbre. Que la lectura de estos textos sea, entonces, un acto de escucha atenta, de memoria compartida y de conciencia activa.
Porque mientras haya quien escriba, quien lea y quien nombre, el silencio no será definitivo.












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