Ser abuelos
Por cuquis Sandoval Olivas
Tras una vida fecunda y plena, con más de sesenta primaveras recorridas, la existencia nos ha colmado de bendiciones, de regalos que no se compran ni se buscan, porque llegan como soplo divino. Entre ellos, el más entrañable ha sido recibir el título de abuelos, en un tiempo en que aún no llegábamos a las cuatro décadas y la lozanía y fuerza de la juventud imperaba en nuestro ser y hacer. Entonces, mientras nuestros hijos florecían en distintas etapas —desde el preescolar hasta la preparatoria—, descubrimos que la vida nos obsequiaba un nuevo comienzo y con esto, nuevas ventanas para expandir nuestros horizontes.
Nadie se gradúa en la escuela de la vida; simplemente se cierran ciclos que abren otros, y cada amanecer trae consigo una nueva lección.
Con la experiencia adquirida en la crianza de cinco hijos, emprendimos esta nueva aventura con el corazón abierto, procurando no repetir errores pasados y ofreciendo a nuestros nietos lo más valioso: amor incondicional, tiempo compartido, abrazos sin medida y caricias sin prisa.
Los hemos gozado con plenitud. Hemos reído a carcajadas, jugado como niños, aprendido de sus miradas limpias y de sus preguntas sorprendentes. Cada uno es un universo distinto, un ser irrepetible con carácter y personalidad propios, un reflejo de lo que fuimos y al mismo tiempo una promesa de lo que aún puede ser la vida.
Ellos son la luz que enciende nuestras mañanas, el calor que arropa nuestros inviernos, la armonía que equilibra nuestro paso. Ser abuelos es volver a comenzar, con la dicha de mirar cómo el tiempo se multiplica en generaciones, y cómo el amor se expande sin límite, como un río que jamás se agota.
Ser abuelos es recibir el más dulce de los títulos que otorga la vida, un honor que no se busca, pero que llega como un milagro. Es contemplar cómo la sangre se prolonga en nuevas raíces y ramas, y descubrir que el amor se multiplica sin restar. Ser abuelos es volver a la infancia de la mano de quienes nacieron de nuestros hijos, es revivir juegos, canciones y ternuras que parecían dormidas. Es heredar historias y sembrar memorias, sabiendo que en cada nieto late una parte de nuestro corazón hecha futuro.
De nuestro árbol brotaron cinco ramas, que a su vez se han expandido a once. Nuestra primera nieta Odetthe Griseld, duerme ya en el regazo del Señor, convertida en estrella que ilumina desde el cielo nuestro caminar e ilumina nuestra alma con sus recuerdos. Edgar Johan es un profesionista de veintitrés años, y la más pequeña, un ángel de apenas cuatro meses, que con su mirada tierna y su inocente risa abre las puertas de la esperanza.
A nuestros amados nietos: Edgar Johan, Jorge Daniel, Arleth Marían, Franco Fernando, Danna Yaniel, Dulcinea Alexandra, Marlene Alexia, África Judith, Annia victoria y Aitana Nathalie, les decimos con ternura: cada uno guarda un lugar sagrado en nuestro corazón. En su risa reconocemos la música de la vida, en sus ojos la certeza del porvenir, y en sus abrazos la eternidad del amor. Ustedes son nuestro legado, nuestra siembra y también nuestra cosecha. Son la herencia más pura de la vida, la que ni el tiempo ni la ausencia podrán borrar.
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