Buscar este blog

lunes, 30 de junio de 2025

La Casa del Abuelo










La casa del abuelo

Casa es un concepto que va más allá de una ubicación geográfica: es un espacio con instalaciones propias, creado para brindar atención, cuidado y, sobre todo, sentido de pertenencia a cada uno de los integrantes inscritos.

Es una casa que huele a tiempo y a memoria, con paredes que murmuran historias y ventanas que se abren como brazos al viento. No es una casa cualquiera: es un refugio tibio, un rincón sagrado donde el reloj se detiene a escuchar las voces del alma, las risas francas y las anécdotas entrañables del adulto mayor. Porque en ellos habita el alma de la experiencia y de los sueños vividos y por vivir.

Esta casa guarda el aroma del recuerdo. Su jardín es una invitación a la vida, a contemplar el vuelo de las estaciones, donde el aire se impregna de fragancias persistentes. La puerta se abre como una dimensión hacia otro mundo, un lugar donde se renuevan las perspectivas y se trazan nuevos caminos para seguir transitando la existencia con dignidad.

Los pasos que cruzan este umbral son diversos: hay quienes caminan con apoyo de un bastón, con la sabiduría de quien ha aprendido a hacer pausas; otros llegan presurosos, con paso firme y mirada resuelta. Todos se dirigen a su taller preferido, como sembradores que depositan en tierra fértil sus ilusiones, sueños y esperanzas cotidianas. Porque esta casa es un templo sin oro ni vitrales, pero vibrante de energía, sinergia y movimiento: voluntades unidas que laten al compás pausado del tiempo amable, mientras la luz dorada cae como caricia sobre los rostros surcados por los años.

Aquí, cada rincón cuenta. El corredor largo es camino de saludos afectuosos e intercambios de palabras que alivian. La cocina, corazón palpitante, es regazo donde no solo se preparan alimentos: allí se cuecen recuerdos, se amasan ternuras, se nutre el alma. El patio, con su bugambilia rebelde y sus árboles frutales, cobija bancas bajo la sombra, donde reposan los anecdotarios de una vida bien vivida.

Los integrantes de esta casa son guardianes de la experiencia. Conservan saberes acumulados, pero saben que cada día es también una oportunidad para seguir aprendiendo. Aquí se ejercita el cuerpo, se estimula la mente, se honra la palabra y se fortalece el lazo social, porque compartir también es sanar.

En la Casa del Abuelo se viven con dignidad los valores universales: respeto, tolerancia, amor, libertad y solidaridad. Cada quien es dueño de su tiempo, el cual se ofrece generosamente a la convivencia, al encuentro y al constante aprendizaje. Todos y cada uno somos útiles. Todos somos importantes. Las canas son coronas, y las arrugas, mapas de un viaje largo y valiente.

La Casa del Abuelo no es un asilo: es un espacio de reencuentro, un santuario donde la tercera edad no representa un final, sino una plenitud. Un lugar donde el tiempo no se teme: se abraza. Donde cada día es una segunda oportunidad para florecer en el otoño.

Como toda casa, tiene cabezas principales, además de un grupo de voluntarios que apoyan en la enseñanza de distintas disciplinas.

Y así, al concluir el horario seleccionado, uno se lleva más de lo que trajo: un silencio distinto, una lección invisible, una promesa tácita de volver. Porque en la Casa del Abuelo, uno también se encuentra consigo mismo.

 
 

miércoles, 18 de junio de 2025

Otra luz que se apagó



A la izquierda, su hermano Germán Pérez T. 


Tomás Pérez Talamantes
21 de diciembre de 1948 – 13 de junio de 2025

Entre dos fechas emblemáticas queda trazada la línea finita de vida de Tomás Pérez Talamantes. Hijo del señor Adolfo Pérez Ibarra y de la señora Mónica Talamantes Campos, originarios del cercano pueblo que lleva por nombre el mismo apellido, “Talamantes”, añadiendo el distintivo propio del estado grande: Chihuahua.

De aquella unión nacieron cinco hijos: Germán, Tomás, Teresa, Otilia y Rodolfo, sobreviviendo el primero, la cuarta y el último. Una familia tradicional de pueblo que tejió historias compartidas, marcadas por la convivencia, el amor fraterno y los lazos indisolubles que solo la hermandad verdadera sabe sostener. Esos vínculos se fueron fortaleciendo con el paso del tiempo, trayendo a la memoria fragmentos de la infancia, reconstruidos con nostalgia y afecto conforme avanzaban las etapas de la vida.

Como seres humanos, sabemos que nuestra existencia transita por una línea inevitablemente finita. Conocemos su inicio, pero no el momento ni la forma en que llegará a su última estación. Por ello, solemos sobrellevar la vida con humor, con sonrisas, con hombros dispuestos a sostener el dolor del otro, con gestos de amor que alivian las penas y hacen más ligera la carga emocional de quienes nos rodean.

Tomás Pérez cumplió setenta y siete años de vida. En ese recorrido formó su propia familia, contrajo matrimonio, fue padre de cuatro hijos, y emigró a los Estados Unidos de América, donde adquirió la ciudadanía. Ya retirado, decidió regresar solo a su pueblo natal, reencontrarse con sus raíces y entregarse al disfrute y esparcimientos  que la vida pueblerina le ofrecía.

Entre esos placeres, se destacaba su pasión por los animales, especialmente por una yegua, su compañera inseparable, con la que compartía días enteros, anhelos, confidencias e ilusiones. Su mayor esperanza era verla convertirse en una gran corredora. Para ello, le dedicaba tiempo, esfuerzo, atención y cariño. Le acondicionó un espacio digno, la entrenaba con constancia, y cuidaba cada detalle de su bienestar físico y emocional. Ese vínculo con la yegua era reflejo de su carácter noble, paciente y tenaz.

Tomás fue siempre un hombre sencillo, de sonrisa franca y mirada limpia. Un gran amigo de la comunidad, generoso con sus palabras y sus recuerdos, siempre dispuesto a compartir una anécdota, una risa o un consejo. Su profundo respeto y amor por sus hermanos era evidente y constante.

Pero los años no llegan solos: traen consigo el desgaste del cuerpo y la sombra de las enfermedades que, a veces, llegan para quedarse. Tras varios meses de lucha por recuperar su salud, finalmente Tomás perdió la batalla contra la muerte, dejando tras de sí una estela de dolor en familiares, amistades y conocidos, recuerdo que perdurará  con cariño y gratitud.

Por este medio, la familia Pérez Talamantes expresa su más sincero agradecimiento por las muestras de afecto, acompañamiento y solidaridad en estos momentos de duelo.

Descanse en paz y brille para él la luz eterna..

jueves, 12 de junio de 2025

Constancia






                                      Hoy como ayer, agradezco la oportunidad de un nuevo día.