Una de las muchas bondades que me permite la literatura es que, a través de la lectura y la autoformación, tanto formal como informal, he llegado a convertirme en constructora del arte. Al igual que el pintor que plasma sobre un lienzo sus sueños, imprimiendo y mezclando colores y texturas, desenterrando cada día nuevas formas de conciencia; o como el compositor que une en armonía ritmo, cadencia, sonidos y silencios.
Como artesana de la escritura, puedo atrapar palabras que nacen en diversos contextos y situaciones, llevarlas a la concatenación de ideas y volcarlas en textos narrativos, poéticos, de ensayo o en distintos géneros literarios.
Mi pensamiento está en constante ejercitación. Ante cada escenario, evento o personaje, mi mente empieza a elucubrar historias, a indagar sobre un significado comprensible que encaje en mis estructuras, a buscar acomodo a esas nuevas ideas con las ya existentes y al deseo imperante de plasmar en letras las emociones, sentimientos y conocimientos que voy construyendo.
Esas sensaciones se repiten una y otra vez. Nacen de la observación de lo que gira a mi alrededor, de lo que pienso y siento, de lo que soy y lo que hago. Contienen una relación biunívoca con la naturaleza, con mi cuerpo, con el entorno mediato e inmediato, con las raíces de mis antepasados y los fragmentos de recuerdos. Se vinculan también con la palabra hablada, esa que va tejiendo hilos invisibles en busca de un tintero y una pluma que rescaten y den vida a sus memorias.
Un curso que tomé sobre la teoría de Fluxus dice que somos parte del todo, porque nos reconstruimos a partir de la otredad. Si leemos un libro, reinterpretamos y acomodamos las ideas de una forma muy diversa a como lo hacen los demás. Una puesta de sol se visualiza con los ojos y perspectiva de cada quien, de acuerdo al momento y las situaciones que estemos atravesando. Un poema o una canción resuenan de manera distinta en cada ser. Tomamos prestadas las palabras existentes —las que alguien mencionó con anterioridad—, solo imprimimos nuestro toque de unicidad y así, partimos de lo ya creado hacia una nueva creación.
Somos seres utópicos, con la vista puesta en el horizonte, en búsqueda de nuevos senderos y universos por explorar. Aunque también gozamos de la cotidianidad, de los hábitos y costumbres que dan sentido y proporcionan visibilidad a los pasos subsecuentes. Eso nos permite seguir edificando puentes de transición entre caminos andados y la exploración de la novedad.
He aprendido que cada uno de nosotros somos maestros y aprendices; solo hay que vestirnos de paciencia y humildad, desarrollar las virtudes de observar, escuchar y hablar; sobre todo, no dejar de maravillarnos ante los regalos que recibimos en la cotidianidad.
Disfrutar este viaje que es la vida, porque llegamos sin equipaje y así habremos de partir hacia el más allá. Los apegos emocionales nos distinguen y nos dan identidad, seguridad y autoafirmación; sin embargo, también debemos aprender a soltar. El pasado es esencia, es el insumo principal de lo que somos, pero lo que nos define son los hechos y acciones que tomamos y hacemos en el presente.
Seguiré soñando, escribiendo historias reales e imaginarias, transformando en versos el ritmo cadencioso de la vida y expresando mi agradecimiento por ser leída.