Un alma que voló a la luz
(8 de febrero de 1937- 13 de abril del 2025)
Nuestra sensibilidad humana nos hace desarrollar apego por las personas que nos rodean; vamos entretejiendo vínculos y redes indisolubles, que se refuerzan en cada encuentro, mirada, confidencia y evento compartido. Es una malla sólida de afectos que se multiplica y alimenta con la llamada, el diálogo e interacción, con el compartimiento de alimentos o, simplemente, con la escucha activa: esa donde se sincronizan los sentidos y puede disfrutarse el instante de estar cerca de la persona amada.
Hoy mi corazón se encuentra afligido, porque, aun estando consciente de la fragilidad de la existencia y del peso extra que se va agregando con cada año transcurrido —tanto en el cuerpo como en el espíritu—, esperamos el regalo de su presencia por mucho tiempo más, sobre todo cuando la mano benevolente del Omnipotente ha cubierto de luz y gloria la vida y el sendero por el que transitamos.
Coty García fue adoptada por nuestra familia; ella era la tía, la abuelita, la consejera, quien aplaudía nuestros logros y nos acompañaba en momentos álgidos y de alegría. Siempre le hicimos saber la importancia de tenerla dentro de nuestro núcleo familiar, extendiendo las redes hacia el resto de la familia y demás amistades en nuestro entorno.
Abordar el tema de su existencia, sin duda alguna, nos lleva a resaltar sus muchas cualidades. Una mujer con ochenta y ocho años de edad, que conservaba una memoria fresca e inalterable al paso del tiempo: podía recitar los poemas aprendidos desde segundo año de primaria, recordar nombres y eventos de familias, amistades, compañeros de escuela, y relatar la evolución de la infraestructura de la ciudad, entre otros.
Solo la vimos derrotada cuando perdió a su hijo Ernesto. Los meses de duelo fueron de profunda oscuridad; fuimos testigos de las muchas lágrimas vertidas y de su esfuerzo constante por reconstruir, una y otra vez, su historia familiar.
Después de un año desolado, empezó a experimentar la resignación y la aceptación de que su hijo estaba descansando. Una vez más, vimos asomar la sonrisa en su rostro, escuchar sus bromas, sus versos, y todo aquello que la definía fue volviendo a su lugar, esparciendo su fe, esperanzas e ilusiones a su alrededor.
Estoy profundamente agradecida por el regalo de su presencia en nuestra vida, por cada gesto, palabra y acción. Compartimos historias, sueños, tardes de juegos a las cartas, sus bromas y anécdotas que nos permitieron conocer ese contexto donde ella creció.
Ella, siempre atenta a cada invitación —ya fuera a festejos, a mi casa, a Balleza o a algún restaurante— apenas llegaba yo ante su portón, ya estaba esperándome, con su llave colgada al cuello, muy guapa y con las palabras listas para iniciar la conversación.
En cada lugar que visitamos había personas que la conocían; todas y cada una se detenían a expresarle su afecto y admiración. Y ella se sentía orgullosa y feliz por contar con tantas amistades.
Cuando la sombra de la enfermedad y la muerte aparecía llevándose a personas conocidas y cercanas, ella expresaba su petición al Creador: que le concediera la gracia de partir a su lado, gozando de sus plenas facultades y sin estar en hospitalización. Dios escuchó sus ruegos y le concedió partir en medio de un sueño, en su habitación, rodeada de sus recuerdos, sus cosas y ese espacio tan acogedor, lleno de luz.
Descanse en paz, querida Coty. Siempre vivirá en nuestro corazón.