Dentro de nuestra sala de lectura “Leyendo y Reconstruyendo”, hemos abordado algunos libros cuya temática gira en torno a la medicina, tales como “Domina”, de Bárbara Wood, y “El médico”, de Noah Gordon.
El primero narra la historia de una niña que, desde muy pequeña, centró su atención en el dolor físico y quiso aprender cómo aliviarlo. Sin embargo, se encuentra con los obstáculos propios de la época, en la que las mujeres no podían ingresar a la universidad ni mucho menos acceder a la carrera de medicina, considerada exclusiva para varones.
El segundo libro relata la vida de un niño que presencia el sufrimiento y posterior fallecimiento de su madre a causa de un dolor de costado (posteriormente identificado como apendicitis). A partir de este hecho, inicia su aprendizaje en remedios curativos y emprende un largo peregrinaje para estudiar medicina, enfrentando numerosas barreras, como las limitaciones del avance científico, los dogmas religiosos y los fanatismos de la época. A pesar de los retos, logra descubrir la causa de muerte relacionada con la infección provocada por la inflamación y ruptura del apéndice, dando un paso crucial en el conocimiento médico.
Ambos textos nos permitieron vislumbrar, aunque de manera somera, el avance y desarrollo de la ciencia médica, la fragilidad de la salud, la incansable búsqueda de la sanación del cuerpo y, sobre todo, la entrega, profesionalismo y dedicación de quienes ejercen esta noble carrera con amor y vocación de servicio. Además, abrieron una reflexión sobre los sistemas de salud actuales, evidenciando tanto sus carencias como sus logros. La escasez de especialistas y medicamentos, la sobrecarga de trabajo en los hospitales y el gran número de pacientes que cada médico debe atender por turno afectan la calidad de la atención médica, repercutiendo tanto en la salud física como en el bienestar emocional de los pacientes.
Sin embargo, es importante no solo señalar estas áreas de oportunidad, sino también reconocer las fortalezas que encontramos en nuestro sistema de salud. A pesar de las dificultades, hay profesionales con una gran calidad humana, que diagnostican, acompañan y guían a sus pacientes con empatía y valores.
Me permito citar el nombre de la doctora familiar Jocabed Ávila, un ángel que aun sin portar su bata blanca y sin tener un título de especialidad en endocrinología o medicina interna, posee un corazón inmenso y una vocación de servicio ejemplar.
En el ayer, ella era la adolescente sentada en un pupitre, escuchando atenta las indicaciones de su maestra; hoy, la vida nos ha reencontrado, ella como profesionista y yo como docente jubilada, enfrentando los síntomas y el deterioro propio de la edad. La doctora se toma el tiempo de escuchar, dialogar y conocer los miedos, dudas e incertidumbres de sus pacientes. Su forma de explicar las posibles causas y consecuencias de una enfermedad facilita la comprensión de los procesos de salud y los pasos necesarios para la recuperación. Esta atención personalizada transforma la relación médico-paciente en un proceso de acompañamiento genuino, donde la confianza y la orientación adecuada juegan un papel crucial en el camino hacia la sanación.
La falta de salud coloca a la persona en un estado de fragilidad y vulnerabilidad, como un pozo vacío que requiere una fuente inagotable de atención, comprensión y acompañamiento. Por ello, es fundamental valorar y reconocer a quienes, con su entrega y profesionalismo, marcan una diferencia en la vida de sus pacientes, recordándonos que la medicina no solo trata cuerpos, sino también almas.
Cierro con la cita de Juan Francisco Borreguero: "No existen fronteras para el médico: su pasaporte es universal, carece de caducidad y tiene una sola nacionalidad: la Humanidad”.“
La mayoría de las veces las palabras se quedan cortas para expresar lo que el corazón siente.
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