Las escuelas son entes vivos; no solo son edificios, sino que cobran vida por las personas y los contextos que giran a su alrededor. Estas se rigen por la Ley Orgánica de Educación, y uno de sus apartados presenta un organigrama que especifica las funciones y obligaciones de cada trabajador. Todos y cada uno de sus integrantes son parte fundamental para el desarrollo óptimo de las actividades, de tal manera que se les conoce como comunidad escolar, donde todos convergen, aprenden y comparten tiempos y momentos de vida, tanto en el ámbito laboral como en el personal y familiar.
La Escuela Secundaria Técnica No. 70 ha sido albergue de sueños y esperanzas desde su fundación. Sus puertas se han abierto para inscribir a muchas generaciones y las ha entregado a la sociedad como muestra del deber cumplido. Cada generación que ha pasado por sus aulas lleva consigo una parte de su historia y valores.
En ese contexto, tuve la suerte de coincidir con compañeros de trabajo que posteriormente se convirtieron en grandes amigos. Algunos ya han terminado su ciclo laboral y gozan de su jubilación, como en mi caso; otros se han adelantado en el camino, dejando estelas de memorias impregnadas en cada rincón de la institución.
Este homenaje póstumo es dedicado con respeto y cariño a la maestra Ramona de la O y al C. Ermelo Efraín Peinado Mata, quienes fallecieron recientemente. Por coincidencias del destino, ambos partieron de este plano terrenal el mismo día, aunque en diferentes circunstancias. Sus legados siguen vivos en el corazón de quienes los conocimos.
Dedico estas palabras a los gratos recuerdos que cada uno dejó en mí. Ramona de la O fue mi compañera en la licenciatura del Centro de Actualización del Magisterio (CAM). Aunque no compartíamos el mismo salón de clase, coincidimos durante cuatro años en esa institución. Cuando llegué a la Escuela Secundaria Técnica No. 70 como directora, fue una de las personas que me recibieron con los brazos abiertos, mostrando compromiso, solidaridad y empatía hacia mí y hacia la responsabilidad de mi nombramiento.
En los proyectos escolares que emprendimos, siempre conté con su liderazgo en el grupo, así como con su respaldo dentro del contexto educativo. Aún guardo con cariño algunas bufandas tejidas especialmente para mí por su propia mano, reflejo de su afecto y generosidad.
En cuanto a Ermelo, conocido por todos como “Pachín”, era un hombre franco, de sonrisa presta y mano amiga. Se desempeñó en el área de trabajo manual y, además, apoyó por muchos años al equipo juvenil de béisbol de la institución, una labor que realizó de manera altruista y con el deseo de encaminar a los jóvenes hacia el deporte.
Quedaron registradas en mi memoria muchas de nuestras conversaciones; él llegaba hasta mi oficina para compartir emocionado los proyectos y logros alcanzados, las necesidades urgentes y su disposición siempre latente para que los jóvenes brillaran en el ámbito deportivo.
Así, en ese diario convivir, se tejieron amistades y recuerdos entrañables. Estas líneas van dedicadas a honrar su memoria y a expresar a sus familiares nuestras condolencias y respetos. Ellos han alcanzado otro plano, pero como sembradores dentro de esta institución, han dejado una huella que perdurará a través de muchas generaciones venideras.
Hoy, más que nunca, reconozco la importancia de valorar cada momento y a cada persona que forma parte de esta gran comunidad. Sus legados son un recordatorio constante de que, en cada acto de enseñanza y en cada gesto de apoyo, estamos construyendo un mejor futuro para todos.
Maestra Cuquis Sandoval Olivas
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