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jueves, 5 de noviembre de 2020

Decir adiós




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 / JUEVES 5 DE NOVIEMBRE DE 2020

Espejos de Vida | Decir adiós

He sido testigo en el momento que algunos de mis seres queridos se han desprendido de su cuerpo terrenal; he observado sus momentos de lucha, balbuceos, desconciertos; entre gemidos, expresan ver alguien que les espera, que les muestra el camino; sin embargo, ellos se aferran a lo conocido, a no querer desprenderse del equipaje que el creador les confirió en el momento que arribaron al mundo; a no poder decir adiós a sus amados hijos, familia y personas que les han querido. Finalmente, han perdido la batalla y su espíritu y alma quedan flotando en el ambiente, se siente su presencia, incluso se escucha su leve respirar o sus pasos tenues al caminar.

En ese preciso momento que tomé conciencia de haberlos perdido, presa de la desesperación he vuelto a abrazar su cuerpo, queriendo rescatar su tiempo y volver a sentir su aliento; me recibe un ser inerte, sin calor, color o expresión; no hay nada que pueda compararse a la desesperación de soltar, dejar ir, buscar en el entorno del lugar, una luz o señal de su presencia; salir gritando y reclamando al Ser supremo, por ese dolor que traspasa el entendimiento y taladra hasta lo más profundo de los sentimientos.

Es una sensación de duelo, las emociones afloran y el miedo y desesperación se apodera de mi fragilidad humana, al no poder hacer nada para detenerlos, sino todo lo contrario, cuando la enfermedad ha destrozado su cuerpo, les alentamos a emprender el vuelo.

Aprender a vivir sin su presencia, desprenderse de sus cosas, almacenar en los recuerdos esos momentos que son el único vínculo de conexión.

Despedí a mi padre, abuela, tíos, suegros, mi nieta querida, mi hermana, mi prima y últimamente a mi anciana y adorada madre.

Visitar su tumba no es un atenuante para el dolor, es volver a tomar conciencia de que no están, se han ido y volver a caer en desconsuelo.

Este año, ni siquiera pudimos practicar esos ritos y tradiciones que cada año nos unen como familia y comunidad; darnos un tiempo en el panteón, llevar comida, flores, y tejer remembranzas compartidas de nuestros seres queridos.

Sin embargo, somos resilientes, nos levantamos después de caídos y volvemos a dirigir nuestra mirada al infinito, a abrir nuestros brazos y corazones para aprisionar la esperanza y el latir de las ilusiones.

Los altares de muertos no fueron parte del escenario comunitario, pero en muchos hogares, se encendieron veladoras, se arreglaron pequeños y grandes altares como un homenaje a los que han partido. Las redes sociales brillaron en todo su esplendor, con palabras, oraciones, plegarias, mensajes y recuerdos que llevan implícito ese amor que perdura a través del tiempo.

Sirvan estas lágrimas y este dolor constante, para valorar a todos y cada uno de quienes conforman nuestro entorno familiar, comunitario y amigos; aprender a expresar nuestros sentimientos y afectos, y disfrutar plenamente lo que aún no hemos perdido.

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