Panchita y su primo Alejandro Olivas https://tecnologiaindustrial.net/2020/05/18/panchita-mas-literatura/ |
Panchita
Su nombre era Francisca Sotelo, de cariño le decían “Panchita”;
sus padres procrearon dos hijas; Nela y Panchita. A la primera, le enseñaron a preparar comida, lavar,
planchar y todo lo necesario para atender el hogar; Panchita fue privilegiada,
en el sentido de que a ella le propiciaron la entrada al maravilloso mundo del
conocimiento. Aprendió a leer, escribir, y tuvo la oportunidad de cursar y
concluir su primaria, lo cual era toda una proeza en los años de 1920; con un
país devastado por la revolución, una Constitución en cuna y en plena génesis,
la Secretaria de Educación Pública.
El camino de alfabetización que México necesitaba
recorrer era vasto, la urgencia de personas con el dominio de la lecto−escritura
era más que suficiente para engrosar las filas del magisterio; Panchita tenía
en su haber 15 vueltas al sol; un botón
desplegando sus colores, convirtiéndose en clavel; fue invitada a incursionar
en el fantástico mundo de la enseñanza, en el pueblito donde radicaba, ubicado
al sur de Chihuahua y puerta de entrada a la Sierra Tarahumara.
En ese contexto, no era común que la mujer desempeñara
algún oficio o profesión fuera del hogar, por lo que su presencia despertaba
una serie de emociones encontradas en los habitantes del pueblo; por un lado,
las mujeres admiraban su porte y presencia; siempre bien vestida, maquillada y
sus manos y uñas perfectamente cuidadas; en contraste con las de ellas, que
debían encargarse de las labores del hogar, el apoyo con animales, campo y en
todos los espacios donde su ayuda fuera requerida.
En relación a las señoras con hijos solteros, no la
visualizaban como candidata a nuera y madre de sus nietos; hasta la fecha
prevalece un dicho: “pueblo chico, infierno grande”, todos sabían que a Panchita había que
endulzarle la taza de café, servirle el plato y prodigarle todas las atenciones
necesarias; aunado a que era una de las personas que más había leído y conocido,
por lo que los varones se sentían intimidados ante su presencia.
Sus antecesores vivieron en Texas, cuando aún era
territorio mexicano, sus padres llegaron a Balleza, Chihuahua a iniciar una
nueva vida. Con casi cuatro décadas procrean a sus hijas, asentándose a vivir en ese hermoso pueblo.
Corrían los años de 1934, cuando Cárdenas estaba al
frente de la presidencia de México, que ambos fallecen; decía Panchita que su padre no pudo soportar
la soledad y desconsuelo de enterrar a su madre, y decidió dejarse morir de
depresión y abatimiento.
De esa manera, quedan solas en el mundo; Nela se olvida
de sí misma y vive para satisfacer las necesidades de su hermana. El tiempo
sigue su camino inexorable.
Muchas generaciones se vieron beneficiadas por la
dedicación, pasión y entrega a su profesión de esta pionera de la enseñanza.
Era una de las pocas personas que había tenido la oportunidad de viajar y
conocer más allá de los límites del pueblo; poseía libros, enciclopedias,
cuentos fantásticos, colecciones de novelas, mapas, cuadernos, todo un compendio
de saberes que siempre ponía a la disposición de quien gustaba incursionar en
el mundo del conocimiento. Debido a la edad temprana en que irrumpió al
magisterio, a los 45 años estaba jubilada del sistema estatal.
No se les conoció pareja alguna, por lo que dedicaron su
amor al cuidado de los animales. Los chiquillos del pueblo se dedicaban a
atrapar pajaritos y se los llevaban a vender;
los cuidaban hasta que estaban listos para emprender el vuelo. Tenían dos
perros que eran alimentados
diariamente con los mejores
chicharrones que preparaba el matancero del pueblo. Para los gatos, mandaban
comprar carne molida y para el cerdo que estaba en su corral desde que nació, y
el cual ya había perdido toda la dentadura por los años vividos, le preparaban
maseca con leche para que estuviera bien alimentado. De esa manera, el sueldo
de su pensión se repartía generosamente en las manos de comerciantes, en quien
hacía los mandados, quien le llevaba a vender libros viejos, ropa, maquillaje y
pinturas y renta de los cuartos donde vivían.
Al fallecer Nela,
queda en el más grande desamparo, tiene que pagar por quien le prepare
alimentos y limpie su ropa. Nadie jamás
en el pueblo dio un paso dentro de su casa; se sabía de la existencia de los
animales porque se les escuchaba al pasar por la banqueta. Ella fue
envejeciendo, su espalda se fue encorvando, el aroma que emanaba de su cuerpo
era tan desagradable, por un lado, la falta de aseo y por otro, el estar en
constante acercamiento con sus mascotas.
Después de Nela murió el cerdo, luego sus perros; fueron
las únicas ocasiones que permitió a un chiquillo entrar por la puerta trasera
del corral, hacer un hoyo y dar sepultura a quienes le acompañaron y le
prodigaron calor y amor por largos años.
El duelo le lastimó profundamente. Sus historias
cambiaron por lamentos y lágrimas, el abatimiento de la soledad se cargó en sus
hombros, su mirada perdió nitidez y su oído la capacidad de escuchar.
En ese devenir de su casa a la que le servían alimentos,
un día sufre un accidente, se atraviesa a la calle y es golpeada por una
camioneta; Doña Chino, era quien la
atendía y decide darle abrigo en su casa. Hubo que bañarla para que el doctor
aceptara revisarla. Cuanta suciedad y
abandono tenía ese frágil cuerpo de 80 años; su largo cabello canoso al quedar
libre de la atadura de las trenzas y del pañuelo que le sostenía, caía como una
cascada plateada hasta por debajo de su cintura; el tono rosado de su piel
brotó y el aroma que por tantos años le había acompañado, se fue a la coladera
junto con el agua.
Se limpió su cuerpo, más no su alma, esos dolores y
añoranzas del pasado no pudieron resurgir.Su cadera fracturada jamás volvió a
sanar.
Silenciosa como un pájaro, una mañana ya nos abrió sus
ojitos. Voló su alma a los confines de otro mundo, buscando a su familia, a
esos rostros de niños que por 30 años
educó con vehemencia y dedicación.
En el pueblo, las últimas generaciones que la recuerdan, no
lo hacen como la persona erudita que
fue, sino como la viejita con un aroma impregnante, con su carita llena de
arrugas y extremadamente maquillada, ropa llena de pelaje de perros y gatos y
su cabeza cubierta por una pañoleta.
En el camposanto, hay una tumba con una cruz de madera,
cuyas letras apenas son perceptibles: Panchita Sotelo Ogaz. 1914−1996
Bonita historia y recuerdos inolvidables
ResponderEliminarDigno de un libro al estilo Cortázar
ResponderEliminarAl recordar a mi maestra lo unico autentico en mis ojos fueron unas lagrimas de alegria que me llevaron a uno hermosos y muy agradables de ml infancia (gracias Nela y Maestra panchita )
ResponderEliminarExcelente relato!! Cómo no recordarlas, en gloria estén!!
ResponderEliminarInteresante relato de la vida de una persona excepcional, surgida en un medio tan dejado en el tiempo, cosa común en aquellos años. Fue como un florido rosal enmedio del desierto. Fue una luz que iluminó a esa gente y al final, como una candela que se apaga; perdio figura y brillantez. Gracias a ti, Cuquis, ella nunca morirá. Te mando un abrazo.
ResponderEliminarMuy interesante esta historia, mi estimada Cuquis...veo que tienes facilidad para la narrativa....te felicito. Y también deseo invitarte a visitar mi nuevo blog titulado: "Joyas de mi alma"...http://joyasdemialma.blogspot.com en donde encontrarás poemas de todo tipo. Acabo de hacer click en "seguirte" y ojalá también te animes a seguirme en este nuevo blog...puedes acceder a él haciendo click en mi nombre. Te dejo mi saludo cordial y nos vemos en Aires de Libertad. Ingrid Zetterberg
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