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Sembradora
de amor
Por
Cuquita Sandoval Olivas
Quiero compartir una de las máximas bendiciones que he
tenido en mi vida y que seguramente, ustedes encontrarán eco y coincidencias en
el sentir y expresar de este artículo.
Después de 40 días en aislamiento, ha habido tiempo más
que suficiente para formar e instalar otros hábitos en nuestro diario actuar,
pero lo más importante, en mi caso, ha sido el hurgar introspectivo y reflexivo
que conllevan los espacios de silencio, donde se puede entrar en comunión y
sincronía con las prioridades en nuestra existencia afectiva. Los cambios que
hemos tenido que implementar han sido difíciles, sobre todo para las
generaciones más jóvenes. “La casa de los abuelos”, siempre ha estado abierta
para que mis nietos pasen fines de semana, vacaciones y el tiempo que sus
padres les permitan. Actualmente, cerrada por protección mutua. Los brazos que
los acogían con calor, se encuentran cruzados sobre los hombros, con la
distancia recomendada. Hoy más que nunca, he reconocido lo frágil y efímera que
puede ser nuestra existencia, por lo que deseo patentar por escrito el amor y
agradecimiento que profeso a mis seres queridos.
En esta ocasión, hago referencia a la sexta de mis diez
nietos: Dana Yaniel Cano Pérez, quien, primeramente, manifestó descontento y
tristeza por no permitirle acunarse en nuestros brazos, así como el venir a
pasar vacaciones a nuestra casa, misma que ha sido su segundo hogar desde el
momento que nació.
Es una niña de 10 años, con una agudeza y sensibilidad muy
desarrollada, debido a los problemas que ha tenido que enfrentar. A los pocos
meses de nacida, su hermana mayor fue diagnosticada con cáncer; por lo que
aprendió: a succionar alimento con un popote al negarse a tomar el biberón; sus
balbuceos iniciales y a dar sus primeros pasos afuera del hospital; con la
imagen de una madre sufriendo, primero por la enfermedad y después por la
muerte y ausencia de su hermanita; circunstancias que le privaron de
atenciones, cuidados y alegrías de una mamá devastada por el duelo; entonces, se
afianzó desesperadamente a la figura paterna, misma que perdió al poco tiempo
con la separación y aislamiento de su padre.
Como abuelos, le hemos acompañado en sus lágrimas y tristezas,
pero también, estamos conscientes de la resiliencia y fortaleza que ha
construido a su alrededor. Hemos tomado sus manos desde sus primeros pasos,
tambaleantes al principio, y adquiriendo seguridad en la medida que crece. Dana
se destaca por esa sonrisa angelical, irradia y contagia amor; es fácil de
hacer amistades, de conversación ágil, de mirada pura y diáfana, de quien
transporta emociones y despierta sentimientos, cuando entona melodías con esa
hermosa voz heredada de su madre; una niña, que por siempre ha tenido mascotas
a su cuidado, desarrollando ese vínculo especial de protección y atención que sabe
brindar.
La niña del ayer, hoy se encuentra en la antesala de la
pubertad, dispuesta a enfrentar los retos de la adolescencia con valentía y
entusiasmo; algunos comportamientos han cambiado, como el disfrutar su propio
espacio y privacidad; ama viajar y pasar tiempo con la familia, manifestando
con sus palabras, que es lo primordial que poseemos; es la compañera
incondicional, que siempre tiene alguna anécdota o historia que relatar, además
de que le apasiona dar consejos y recomendaciones.
Aplaudo el dinamismo que imprime en todas las actividades
que realiza; desde las escolares, personales y sociales. Guardo en el baúl de
los recuerdos, fotos que constatan el paso del tiempo, dibujos y cartas que
elaboraba de pequeña; cuando disfrutaba dormir en nuestra cama y la
independencia que ha ido adquiriendo con el paso de los años.
Declaro abundancia de salud, fe y prosperidad en su vida,
le auguro que siempre será esa sembradora de ilusiones que va en pos del
arcoíris de sus sueños.
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